Friday, July 31, 2009

Fantasmas




Claro que uno aborta personajes. Todo el tiempo. Y los duelos van acumulándose como suicidios fallidos. Intenté, entre otras cosas, seguir el ejemplo espartano de Juan Terranova y cargar una moleskine rosa para ver si, por lo menos el color, me tienta a tomar apuntes mientras la marea arrastra lo suyo. Un paréntesis alto en las absurdas batallas del día.

Unfortunately, no soy grafómana. No consigo ponerle el velo de la verónica a la superficie sangrante de las emociones. Las emociones pasan y algo queda como resaca de mar en las orillas. Esquinas de sonrisas, el filo de un colmillo-porcelana de ortodoncia supermoderna, caras, diálogos, fragmentos y hálitos. Para que yo cace la emoción en forma de trama tiene que intervenir la razón, la reflexión, el tablero de ajedrez, el recuerdo super pensado, deglutido, convertido, casi falso. He llegado a culpar a mi signo, a su persecuta pasión por lo terrenal, por las explicaciones, por la lógica.

Entre los personajes que he abortado está, por ejemplo, el uruguayo. El uruguayo es un personaje alto, hermoso, de ojos pequeños e inteligencia suprema. El uruguayo tenía una madre, pero murió y eso, de algún modo, lo liberó. El uruguayo se enamoró de una chica y recorrió pueblos y pueblos hasta llegar una mañana a la fábrica donde ella trabajaba, se quedó mirándola largo rato y se regresó a su ciudad como había venido. El uruguayo hacía cosas así.

Estaba yo muy emocionada con el personaje. Lo vestía con jeans Lewis de la ropa usada y le alentaba su amor por las tragedias griegas, pero no en un sentido romántico, sino más bien descarnado. Me gustaba cuando descubría que los sentimientos son prótesis largas –como uñas de bruja- del narcisismo. El verdadero amor siempre sucede en ausencia.

El uruguayo guardaba sus ediciones de bolsillo de tragedias griegas en cajas. Sin embargo, no sufría ningún tipo de alergia respiratoria porque prefería fumar, fumar y fumar, y esto lo hacía un tipo invulnerable a las tonterías esas del polvo en los libros.
Me costaba hacer que se escuchara su “cho” enfático, solipsista hasta el delirio, chauvinista, en las páginas. Me costaba que su historia se cruzara con la de otro personaje, alguien a quien no mataría, a quien no engañaría, a quien no mentiría, y que sin embargo, fatalmente, iría a destruir. Una trama así es imposible para una escritora que tiene cierta disonancia con el realismo puro y duro. Intenté, pues, una especie de asesinato.

Pero el uruguayo decidió su propio destino y eso, en literatura, es veneno. Los personajes no pueden decidir su destino. Algo falla. Algo no está bien.

Thursday, July 30, 2009

Sueño


¿Dije disciplina? ¿Dije constancia? ¿Dije inspiración? Desde ayer tengo ganas de escribir algo en mi blog (estuve leyendo la preciosa edición que el sello independiente El cuervo hizo de Cuaderno de sombra, de Julio Barriga, mas estoy consciente de que lo que sea que vaya a escribir al respecto debo hacerlo con menos cansancio físico y más tiempo útil; tampoco vale dedicarle solo lo marginal a las lecturas).

Eso. Estoy cansada, y aunque mi taller de literatura está siendo una verdadera galvanización creativa, hoy solo quiero dormir.

Quizás Marosa di Giorgio me visite en mis sueños, con su voz de bruja y su pinta freak, y bajo su poder demiúrgico me convierta en otra cosa. Si me da la oportunidad de escoger, quiero ser… ¿qué quiero ser? ¿Una pantalla de compu? No, no. ¿La botella que asfixia al genio? Tal vez. ¿La almohada de mi hija? Tentador. ¿Los tenis de mi hijo? Puag. No nos pongamos obscenos. En realidad se me apetecería ser un clip para colgar la ropa, con la esperanza de que algún Duchamp reloaded me descubra y entonces, zas, revele mi verdadero espíritu, la verdadera misión de mi existencia.

Sunday, July 26, 2009

Fragmentos Líquidos


Anoche, Emma, Irene y yo fuimos al teatro. Irene era la única niña en toda la sala. "Es tu responsabilidad", me advirtió Emma antes de que nos encontráramos en la puerta de Casa Teatro. No iba a ser la primera vez que empuje a Irene por los túneles del mundo de Alicia. Ojalá el juicio de responsabilidades de la adultez sea misericordioso.

En todo caso, valió la pena.

"Fragmentos líquidos" es una puesta en escena que se presta a interpretaciones multidimensionales. El homoerotismo es, digamos, el magma de toda la obra, pero creo que la cuestión de fondo excede esa retórica. Algunas cosas que comentamos luego entre las tres -Irene, yo, Emma- fueron: lo violentamente Kitsch del vestuario, ¿de dónde son las actrices? (hay gran preocupación por la "correcta" dicción), y el gran issue que es la materialización del amor en la existencia (o no) de un hijo -correlato de la herencia genética y, por tanto, del narcisismo eterno de la raza humana. El "no nacido" todavía duele, pues para el imaginario hegemónico, la realización de la mujer sigue pasando por la enorme institución de la maternidad.

Yo dije que me gusta el Kitsch extremo y que la escena inicial de "Fragmentos líquidos" me había cautivado por su guiño -no sé si involuntario- al "Exorcista". No por nada la femineidad compulsiva ha sido uno de los temas recurrentes de las películas de terror paranormal y psicológico. Emma dijo que el "adentro" y "afuera" en los que enfatizan los monólogos corresponden a un universo uterino. Irene dijo que le gustó que vendieran tripas en un bañador.

Lo hermoso del teatro es que concilia el intimismo a veces hermético de la literatura y la tarea de la imagen expresiva del cine, con la diferencia de que, a la hora de una lectura teatral, se debe prestar atención, además de al texto, a los códigos fácticos: vestuario, luz, proxémica, tiempo real, todo vale, todo cuenta y no hay unidad sin todo ello. Otro desafío consiste en que la cercanía física (para mí, a ratos insoportable) entre espectador y agentes de ficción (a la que no obliga el cine) no debe romper la magia de esos dos mundos. El espectador absorto en su butaca, a salvo del drama, los actores también, en la cápsula de la representación, a salvo de la realidad. Dos nihilismos puestos a prueba.

Saturday, July 25, 2009

Lo que no he hecho


¿Por qué no me compré el libro Sexografías de Gabriela Wiener? Me hacía guiños obscenos desde una estantería. Lo tomé, lo acaricié, lo olí, miré los créditos y pensé en lo lindo que se vería junto a otros libros queridos en la repisita que tengo sobre la cama, esa cuyo tornillo inferior anda suelto, porque a mí, si hay algo que me gusta, es probar al destino. Cuando el peso de la literatura me parta el cráneo, prometo que no me quejaré.

Respuesta: no me lo compré porque alguien me dijo que pronto vería a Wiener en Barcelona y le pediría el libro para mí, con dedicatoria incluida. Las cosas no se dieron así y me quedé sin el libro, no por tacaña, sino por fetichista. De modo que no lo he leído y, sin embargo, me gusta. Y hay un montón de libros que no he leído y que me gustan. Igual que se ama al hombre que todavía no hemos conocido. En ocasiones me comporto como una lectora Bartleby. Una lectora fallida.

No sé, por ejemplo, si en Sexografías Wiener incluye aquella crónica maravillosa de la experiencia swinger, metáfora delicada de la histeria posmoderna. Siempre queremos más, siempre amamos a alguien con quien no estamos, buscamos –fatalmente ansiosos- asir la esencia del amor como un modo de sortear la mortalidad. Los swinger lo saben bien. ¿Cómo la harán para zafar de la depresión post-party que ocasiona la horrorosa certeza del cuerpo como límite? Apuntarse, me imagino, en una nueva party.

Haber tenido la oportunidad de comprar un libro y no haberlo hecho no deja de ser, sin embargo, una experiencia literaria. Es probable que no sea el tiempo de recibir ese influjo, pues todo vale para proteger a capa y espada la propia libertad creativa. Sumo mi encuentro efímero con Sexografías a una pequeña lista de experiencias que todavía no he vivido. No las transcribo aquí porque mis experiencias Bartleby siempre me provocan un pudor febril.

Tuesday, July 21, 2009

Rapiña


Era un miércoles, mi día favorito, cuando recibí un precioso mensaje de la escritora puertorriqueña Yolanda Arroyo. Como no puedo con mi manía de cifrar la vida en códigos literarios, en señales cuyos significantes son tan arbitrarios como sus implicaciones, marqué esa carta como un pacto espiritual, una hermandad artística vigorosa. No recuerdo si le dije a Yolanda cuánto me impactó su cuento "Rapiña", que figura en la antología El futuro no es nuestro. Yo, que amo a las criaturas de la noche, acepté de inmediato al búho que hace de fallido ángel guardián en aquella escena de la violación de una niña. Ese búho ya forma parte de mi fauna familiar y ha interpretado otros dramas (aventuras menos terribles, por supuesto) en los cuentos que me invento para Irene, con una actitud "rapiña", pues no censuro mi deseo de cazar la carne creativa de otras ficciones.

No le dije eso a Yolanda debido a ese vértigo soso que genera el stress laboral y al arraigo venenoso del hábito de responder rápidamente, con cortesía más que con afecto, los correos electrónicos.

Pero, thanks to God, el escritor boliviano Wilmer Urrelo, quien figura en la versión digital de la antología, ha reseñado brevemente el libro y ha prestado especial atención a la sensibilidad de Arroyo. Acá va el texto.

El futuro no es nuestro

Por: Wilmer Urrelo

Nada comparable al futuro. Lo decían nuestros padres y seguro insistiremos con lo mismo a nuestra descendencia: «el futuro es tuyo». Claro que a ellos se les olvidó y a nosotros seguramente también se nos pasará por alto decir que el futuro está cada vez más oscuro y patético. Así mejor yo paso. Vaya destino el nuestro. Sin embargo, y pese a esta actitud de un Nostradamus algo colérico, hace poco salió en su edición de papel y en nuestro país la antología de cuentos de la nueva narrativa latinoamericana a cargo del peruano Diego Trelles Paz titulada El futuro no es nuestro (La Hoguera, 2009). ¿Una antología como cualquier otra? No sé, sin embargo a mí personalmente me gustó mucho la variedad de voces presentes en el libro. Y no sólo hablo de las nacionalidades (que me tienen sin cuidado) sino que la mayor parte de los trabajos presentes ahí son buenos, muy pocos los olvidables y un buen número excelentes. Ya sé que ustedes dirán que eso no es una novedad, que eso habitualmente pasa con este tipo de trabajos. Sí, es cierto. Pero hay algo más que me llamó la atención de El futuro no es nuestro y que, me parece, fue un tema que se trató el día de la presentación del mismo en la pasada Feria Internacional del Libro de Santa Cruz: las mujeres presentes ahí son las que mejor escriben. Y no lo digo como una ligereza o como una onda que tenga que ver con la equidad de género. Es realmente así. Y a las pruebas me remito. El mejor cuento de la antología, desde mi perspectiva, se titula «Rapiña» y fue escrito por Yolanda Arroyo Pizarro, de Puerto Rico (alivio: ese país no sólo es el menso de Riky Martin) y luego de ella vienen unas tres o cuatro en la lista de destacables. Y si vemos con cuidado la mayor parte de los cuentos de las chicas (no les diré «doñas» por motivos de estricta sobrevivencia sentimental) nos percataremos que un tema es el recurrente (y bellamente tratado): la violencia. Ya con esto se termina de dejar atrás la imagen de la escritora tierna, de buenos sentimientos o lo que es peor (y que fue la peste literaria por muchos años) aquella cuya protagonista de sus ficciones hablaba con la abuela muerta hace años y la cual le daba consejos para afrontar la vida y que aparecía, indefectiblemente, volando por su habitación. Nones. Nada de eso. Chau Isabel Allende nos vemos en el infierno. Acá la violencia se llevó por delante a la vieja realista-mágica. El cuento de Yolanda así lo atestigua (sino díganme qué onda con el búho que aparece ahí mientras ocurre una violación) o bien con la chica a la que depilan en «Hojas de afeitar» de la chilena Lina Meruane. Sí, la propiedad del futuro no existe. Preocuparse por esas vainas es una pérdida de tiempo. Las ocho escritoras presentes en esta antología lo entendieron bien y aunque son minoría frente a los hombres (traducción feminista: pinches viejos) son sin duda lo más rescatable de este libro. Aunque no importa si el futuro tiene dueño o dueña. En literatura importa otra cosa: la calidad de lo que se escribe. O bien como diría un abogado chuquisaqueño: papelito canta. Y el papelito lo tienen ellas.

Sunday, July 19, 2009

Inquietud



Hace un par de meses conocí Madrid, o una pizca de Madrid, para ser más justa. Y, aunque soy partidaria de gastar mucho tiempo en sitios no emblemáticos a nivel turístico, tiendas chinas, cafeterías Kitsch, calles de baja ralea, este viaje no pudo desmarcarse de las zonas (con)sagradas. De modo que pasé muchas tardes en la librería del Reina Sofía debatiéndome entre la gula literaria y esa especie de asma poética que produce la visión de tantos, tantos, tantos magníficos libros. Cuando por fin pude respirar, borracha de ficción, tuve el buen tino de escuchar algunas recomendaciones de Tryno Maldonado.

Fue así como me compré un libro perfecto: Inquietud, de la australiana Julia Leig, nacida, como Haslett, en el 70. La historia consiste en un montaje -minimalista a nivel de prosa, pero barroco en la puesta en escena- de personajes que regresan a la infancia. El espacio: un castillo; el drama: una mujer a la que se le ha muerto una niña y ella no se atreve, no puede enterrar el cadáver, el pequeño fardo apesta; la hybris: el lago tormentoso que es el espíritu femenino.

La crítica ha catalogado esta novela como una expresión del nuevo gótico, y esa primera apreciación me fascina. Como en la ciencia ficción, el gótico permite criticar las leyes actuales del mundo, de la vida real, sin abandonar el arte. Y si está escrito por mujeres, el gótico ilumina, además, esa zona oscura y profunda como un útero que es la relación de la madre y el hijo, o la madre y la hija.

Nicole Kidman y Julia Leigh son, por ahora, mis australianas preferidas. Debe ser porque ambas sucumben en esa tentación densísima que es el relato del "más allá", para decirlo con las palabras esotéricas de mi abuela -gran lectora de la revista de ufología, "Duda".

Saturday, July 18, 2009

El principio del dolor


En los últimos meses de mi residencia en Gainesville me hice adicta a Amazon.com. Hacía encargos compulsivos de libros que brotaban como flores silvestres de los campos eléctricos de la Internet, o cuyos títulos había escuchado en susurros de voces de personajes en otros libros. Mi cuarto fue, en esos últimos meses, un campo de batalla intelectual. Dormía rodeada de pilas de libros propios y ajenos, y si me atrevía a ir al baño en la oscuridad, en medio de la noche, debía hacerlo casi a gatas para no romperme la nariz.

Fue doloroso física y emocionalmente devolver algunos títulos a la maravillosa biblioteca de UF. Los que me pertenecían están todavía en casa de A, como una prenda que he empeñado, como una provocación al destino. Como una prueba de amor.

Me traje, sin embargo, algunas cosas raras, joyas únicas que comparto con alguna gente de manera excepcional: no me causa tanta desazón perder el libro, sino frustrarme en esa insistencia por tender puentes, por pretender una misma sintonía con otros lectores salvajes y descubrir que también en esa sensibilidad puedo estar muy sola. Pero no soy ni tan pretenciosa ni tan prejuiciosa, y al final puede más la sorda ansiedad por compartir esos universos intensamente oscuros en los que me siento como en casa.

Adam Haslett me hace sentir en casa. Aquí no eres un extraño es un volumen de cuentos del que ningún lector sale ileso. La enfermedad mental, la bipolaridad, la depresión y la vulnerabilidad en un mundo que te exige contactos amablemente violentos son los tópicos preferidos de Haslett. Me gustan todos los cuentos de este libro, pero tengo un par que ya forman parte de mi teratología personal. El voluntario es mi preferido; trata sobre un adolescente que desarrolla una inesperada amistad con una anciana que sufre esquizofrenia. Es ella, la anciana loca, quien le dará la clave para agradar a una chica. Es él, el joven que hace voluntariado en las vacaciones, quien le dará a la anciana una tregua, un pequeño espacio de completud, una delicada burbuja en el vasto campo de fantasmas que atormentan sus sueños.

Me conmueve también El principio del dolor (que pueden leer aquí con una traducción distinta para el título: http://www.barcelonareview.com/36/s_ah.htm). Otra de las constantes de Haslett es el desafío familiar que significa para un joven homosexual mantener el amor de sus padres. Sin embargo, no hay patetismos en sus descripciones, ni siquiera un gesto violento, sólo la voz de un chico que no se desprecia a sí mismo y que desde esa magnífica dignidad reclama también la aceptación total de los otros. Esos son cuentos sin miedo.

Pero un cuento con miedo y, sin embargo liberador, es el tercero (ya les pasaré el título). Un esposo bipolar termina abandonando a su mujer por una pasión más perfecta: un pequeño monstruo, un niño de diez años deformado por una enfermedad de la piel, lo necesita. El monstruito quiere escuchar historias para obtener algo de oxígeno en su habitación de células podridas.

Lo hermoso de Haslett es que comprende a todos sus personajes. En ocasiones, comprender es lo único que puede salvarnos.

Haslett nació en el 70, tiene dos años más que yo, y no sé si en esos 730 días que nos separan yo pueda desarrollar una intensidad semejante. No importa, lo intentaré.

Friday, July 17, 2009

Welcome to Dark Paranoid Park


Y bueno, no pude resistirme. Ahora tengo un blog. Mis nobles propósitos hablan de disciplina y ejercicio en la escritura, de intimidad, de amigos y amigas que viven lejos, de experiencias que si no se registran pronto, con la sangre todavía acelerada, se pierden en la amnesia light de la contemporaneidad. Sin embargo, es posible que todo se trate simplemente de solipsismo y pánico. Ya iremos viendo.
Por lo pronto, ha sido emocionante y agotador intentar mil nombres para marcar mi territorio. Si fuese una perra, ya estaría deshidratada. Pensé, por ejemplo, en una frase de una canción que A me envió tan amorosamente anoche: Satisfy this Hungriness. Renuncié a ese hermoso título porque en este mismo instante no estoy interesada en figurar en una lista de sitios porno.
Gus Van Sant me pasó el nombre. Gracias, Gus. Yo le puse el gesto de oscuridad que necesito para hacer míos los lugares. No sé todavía qué mapa tejen mis árboles. Voy a escribir principalmente sobre libros que me gustan y sobre escritores y escritoras en los que reconozco la estirpe salvaje de quienes han apostado todo por la ficción. Quizás cuente un poco sobre los personajes que he abortado y que me atormentan. Pobrecillos. Esta podría ser una gran salida. Necesito urgente ocuparme de tramas lógicas y ya sabemos que los fantasmas tienden a dispersarlo todo. En Dark Paranoid Park mis fantasmas podrán respirar. Amén.