Wednesday, June 30, 2010

Sudar la letra


Porque es verano y no se puede tener el aire acondicionado prendido todo el tiempo... Así que recurrimos a la bondad de las cafeterías y pasamos un par de horas allí, mientras practico uno de mis vicios literarios favoritos: escribir en medio de extraños, entre conversaciones azarosas y secretos que se filtran, entre el olor de las donuts calientes y de bronceadores de coco.

Mi versión de "escritora de vacaciones" es bastante casera, pero sin embargo intensa. Y a veces recibo novedades alentadoras, como este par: Miguel Vitagliano me invitó a escribir algunos textos para el intenso y súper ecléctico blog www.escritoresdelmundo.com. Fue una invitación perfecta, pues sólo así me animé a escribir sobre dos asuntos que me daban vueltas desde hace tiempo. También, Billy Castillo ya ha concluido la adaptación de uno de los epidosios de Tukzon, historias colaterales. La imagen superior es la portada y lo que sigue un adelanto de los interiores. ¡Somos bizarros!

Monday, June 21, 2010

El cronista interrumpido


Fue un fin de semana de pérdidas, o mejor dicho de coyunturales despedidas, lo cierto es que Saramago y Monsiváis emprendieron el último tramo hacia Gran Soledad. De las dos muertes, la que me conmueve de un modo más íntimo es la de Monsiváis, no sólo por la cercanía cultural –al fin de cuentas México es el epítome de Latinoamérica, en lo mejor y en lo peor-, sino también y principalmente porque Monsiváis nos enseñó a leer, a mirar sin tedio en la obviedad y hacer del conocimiento del pueblo una vía de amor, singularidad y autoestima y, por tanto, de insurrección. El verdadero conocimiento es siempre subversivo.

Ese gusto por meter las manos en la masa para comprender ─sin los típicos filtros del elitismo intelectual que ha hecho de la abstracción absoluta un escudo infalible─ los motivos seculares, los delirios posmodernos, la loca entropía de un pueblo que supo adelantarse al Kitsch para izar la bandera del arte del eterno reciclaje, convirtió a Carlos Monsiváis en el gran vidente de la historia cuántica de México, pero al mismo tiempo en su apasionado hacedor (no es completamente azaroso que su último libro lleve el irónico título de Apocalipstick).

Monsiváis no le hacía ascos a nada que viniera del pueblo, porque a la manera de un profeta, cualquier semilla, hierba mala, sustancia o excreción, le servía para desentrañar el método cósmico de la vida y comprender cómo, por ejemplo, el rostro negado del enmascarado de plata o el pelo alborotado de Gloria Trevi en sus afiebrados episodios de comunión con el público eran nítidas expresiones de una raza en sostenida neurosis. Cuando Trevi encarnó a la impúdica proscripta y fue escupida de la industria televisiva, Monsiváis recordó que el talento de una artista equivalente a Madonna en ese momento residía tanto en la voz ronca y obscena como en la sensibilidad para entender el desaforado deseo de “nacos” y “fresas” y responder en consecuencia. Y eso tenía un precio.

El diálogo entre el cronista pop (probablemente para ser un beatnik le faltó melancolía) y la inmediata contemporaneidad se ha interrumpido, justo cuando México más lo necesitaba. ¿Quién será el próximo interlocutor lo suficientemente ameno y autocrítico para ser escuchado en su propia tierra y más allá?

Extrañaremos su buen humor, la ironía casera y la parábola trascendental. Nos queda, por suerte, el consuelo nada menor de la relectura. Pero es que Monsiváis era un maestro de la reacción caliente, de la videncia simultánea, del riesgo de la profecía… Sensorum irremplazable en un mundo que confunde mediatización masiva, twitter compulsivo, con suprema apuesta de la inteligencia. Ahí no hay consuelo.

Have sweet dreams, Monsiváis.

Monday, June 14, 2010

Cosas del fútbol


Yo, que creía saber poco de fútbol, me descubro capaz de sostener un diálogo deportivo con Alejandro, mi hijo. Sé que necesita un buddie para gritar sin censura cada vez que su equipo favorito del día mete un gol o impone una férrea defensa y un ataque inteligente. No soy ese partner ideal; sin embargo, disfruto auténticamente de esta pasión que, aunque en este momento y espacio de nuestra vida –como bien lo dice Edmundo Paz Soldán en sus crónicas de El Boomeran(g)- no podría llamar “de multitudes”, define también nuestra identidad y nos recuerda de qué amores estamos hechos.

Por supuesto, este diálogo peor-es-nada también acarrea peleas. Alejandro preguntó cuál equipo prefería yo que ganara, si Inglaterra o Estados Unidos. Tengo dos posturas, le dije, y me cortó de inmediato: “en el fútbol no se puede tener dos posturas, mami”. Intenté explicarme: Sé que Inglaterra es un toro legendario y el talento siempre vence, o tendría que; pero también confío en el trabajo, estamos aquí, vas a la escuela acá… Y la selección gringa ha demostrado que sudando con disciplina puede uno… ¿Qué, qué…? ¡Transformarse!

Eso es bullshit!, protestó Alejandro, que contra su voluntad metió una palabra en inglés. El fútbol no es gringo y nunca lo será, sentenció.

¿Pero te has fijado quiénes componen su selección? Hérculez Gómez juega en el Pachuca; Bocanegra y el Gringo Torres son de ascendencia mexicana y creo que también hay un colombiano. Un día vos también podrías jugar ahí…

¡¿Yo?! ¡Ni loco!

Alejandro -saqué yo mi discursito pseudoacadémico (qué bárbara, y para hablar de fútbol!!!)-, la globalización también llegó al fútbol, muchos de los jugadores que representan a un país no nacieron ni se criaron ahí, los equipos ya no son símbolos absolutos del nacionalismo, y eso es bueno, es un modo de franquear el racismo, la xenofobia…

¿Ah sí?

Sí…

¿Y el cabezazo de Zidane? A ver, ¿y el cabezazo de Zidane?


Mire, señora, dijo Alejandro, que habla como galán de telenovela mexicana cuando intenta respetarme a pesar de la rabia, no sea ciega e injusta, ni siquiera en los videogames uno se vende tan barato, y mejor sigamos mirando y que hablen los goles, como debe ser.

Y sí, estamos de acuerdo, como en la literatura, el fútbol tiene razones que sólo el corazón comprende.

Monday, June 7, 2010

La vida es una sola


Hace un año, mientras caminábamos por los pasillos empedrados de la Residencia de San Ildefonso, en Alcalá de Henares, le comenté a Juan Terranova lo mucho que había disfrutado de la novela Cómo desaparecer completamente, de Mariana Enriquez. Me parecía una osada expedición a los universos disfuncionales de adolescentes dañados por la cultura, por la familia, por los propios padres. En ese momento Terra me ofreció una perspectiva diferente, ¿no estaba todo el peso de la dictadura ahí? Bueno, sí, eso también, dije, pero es que no todos somos lectores argentinos, me excusé. “Muy aguda, Rivero, muy aguda”, dijo Terranova, con esa fina alquimia de elegancia porteña, humildad de artista católico, monógamo y peronista y temple de cronista del Siglo XXI.

Recuerdo la escena porque anoche, en nuestro improvisado club de cine, conversando con Gerardo Muñoz sobre la peli que acabábamos de ver, El secreto de sus ojos, estuvimos oscilando entre la tentación de ver en ese thriller una radiografía de la situación política argentina en época de Isabel Perón o la libertad de leerlo como una historia híbrida, entre el policial y el amor imposible.

Por supuesto, más allá de la pugna de las categorías, brilló la ficción.

No voy a contar aquí la trama, no soy tan pesada; pero tampoco puedo evitar comentar un par de aspectos que, desde mi punto de vista, hacen de esta producción un clásico contemporáneo. Primero hay que decir que el tratamiento simultáneo de dos relatos destinados a converger en un clímax al que también podríamos llamar “destino” es sutil, sin los típicos frenazos y desembragues del estilo hollywoodense, que, por lo general, para articular una “trenza” de temporalidades echa mano de todo tipo de efectos: cámaras distorsionadas, blanco y negro, fundidos, sepia, memoria obscenamente alterada, etc. La elegancia del ritmo y el tempo en El secreto de sus ojos no es únicamente estilística; responde, creo yo, a la tesis central del relato: la vida es una sola. Somos los mismos todo el tiempo, y el pasado, el futuro y el presente están inexorablemente unidos por la ética, por la idea de uno mismo y la imagen viva de los que amamos. La escisión engañosa que la posmodernidad hizo de la vida, como si el pasado pudiera “matarse” para continuar adelante -y la respectiva oda a la cultura esquizo-, nos desnudó demasiado y nos expuso a la levedad de lo efímero.

Gerry y yo destacamos como un verdadero elogio a la amistad el rol de Sandoval, el amigo alcohólico, que da su vida a la vieja usanza, cuando dar la vida por los demás estaba lejos de ser una metáfora.Esta sensibilidad retro, casi anacrónica, de nuevo apuesta por antiguos valores. Y estoy de acuerdo, deberíamos tener el alma elegante, y, como dice Pedro Fernandez, "amar como antes".

La epopeya interior, asentada sobre la delicada tela de araña de la justicia institucional, ansía más bien la alta justicia poética, pero al mismo tiempo le teme. El asesinato que abre esta historia arrastra más de una víctima, porque el otro sesgo de esta movie es precisamente ése: ningún asesinato debería ser visto como una cuestión privada, un juego de pasiones secretas sin otra incumbencia humana que la eventual viudez. Al contrario, la esfera de sus implicaciones es infinita y, cuando estamos solos en la oscuridad, el fantasma de esa pérdida también nos convoca y nos pregunta.

Wednesday, June 2, 2010

Traducciones


Kertes Gábor, talentoso traductor húngaro, acaba de enviarme vía electrónica la edición de la revista Magyar Lettre en la que figura mi cuento “Sangre dulce”. Sangre fue traducido al francés hace poco, pero la extrañeza que me produjo el texto volcado en esa lengua dulce y sensual no fue tan intensa como la visión de este lenguaje enloquecido y salivante que ahora contiene mi relato. ¿Permanecerán ahí las emociones? No es una pregunta de duda, sino más bien la expresión abismada ante la carnalidad de las lenguas, que al apropiarse de las historias, de algún modo las transforman y corrompen. Leyendo así a Sangre pareciera que me han hecho un exorcismo. No a mí, en realidad, sino a lo que me pertenecía.

Esto mismo sentí, en otra escena, quizás con otro tono, el domingo, cuando reincidimos en nuestro lugar favorito: el Zoo. ¿Ya he dicho que Irene es una apasionada amante de la naturaleza, los animales, las plantas, el mar, los insectos, todo lo que esté lleno de biológico movimiento? Pues bien, allí estábamos, calcinándonos bajo el sol sureño de las tres de la tarde. Nos dábamos un respiro bajo unas palmeras generosas y nos insuflábamos valentía para montarnos en el tobogán acuático cuando se acercó este hombre.

Qué hermosa es su hija, dijo el extraño.

Sentí pánico. Era pleno día pero uno nunca sabe.

Sus ojos, su pelo, su cuerpito, prosiguió el hombre.

Abracé a mi hija y la atraje hacia mí. Quise ser más grande, más alta, más fuerte.

Yo tenía una hija idéntica, más canelita, dijo el hombre.

Pero eso no terminó de relajarme. No le había dicho “gracias” por esa ardiente evaluación de la belleza de mi hija, pero él no parecía esperar ningún tipo de reciprocidad. Era un monólogo.

Era idéntica. El mismo tamaño, ¿qué edad tiene? Ella murió… dijo el hombre, alejándose hacia la piscina donde unas mantarrayas bebés comenzaban a hacer sus primeras piruetas. Metió su mano en la piscina para acariciar la suavísima piel de esos bichos.

Volvió a los tres minutos y preguntó de dónde éramos. Él era de Honduras, no había podido ir al entierro. Ahora estaba también lo de la mierdosa ley de Arizona.

¿Puedo darle un beso?, preguntó el hombre.

Besó a Irene en la frente y me dijo: “Cuídela. Va a tener que cuidarla mucho”.

Pensé en un cuento que no he leído pero que Emma Villazón me contó una vez, un cuento de Vila-Matas sobre las infinitas connotaciones de la sugerencia “cuídate mucho”.

Finalmente nos montamos en el tobogán de agua. Irene me pidió que no le apretara así el estómago porque iba a provocarle un vómito. "Irene es mía", me dije, pero involuntariamente recuerda a otras niñas y esa mediumnidad infantil me excluye.