Sunday, October 18, 2009

Interferencias



Mercurio debe estar retrógrado, dando pasitos a lo Michael Jackson sobre mi escenario astral, pues lo cierto es que este fin de semana he experimentado dos momentos de malos entendidos, dos momentos en que alguien parece alejarse, en que yo me alejo, quebrando las cosas como una furiosa recién casada que arremete contra su flamante vajilla.

El primero es mediático y tiene que ver con dos respuestas que di en una entrevista sobre lectura, consumo, éxito y otras variables editoriales no siempre simultáneas. Aludiendo a la información laboral que poseo, dije que entre los autores cruceños más “vendedores” figuran: Wolfango Montes, Homero Carvalho y Oscar Barbery, escritores de gran trayectoria y con lectores de probada fidelidad; además de un reciente fenómeno de ventas, el joven escritor Darwin Pinto (debí haber mencionado también a Senseve). En la misma entrevista se me preguntó sobre qué elementos eran determinantes para que un libro tuviera éxito y entonces dije que habría que definirse primero la idea de “éxito”, no siempre las ventas lo determinaban, había cantidad de obras que debían someterse al paso del tiempo, pero que sin embargo constituían un éxito literario por su capacidad renovadora, su aporte a la literatura. En la nota, estas dos respuestas parecen parte de un mismo argumento, de una formulación contradictoria y, por lo tanto, de la negación del primer enunciado, algo así como: “estos autores son vendedores, pero…”.

Emití ambas respuestas, sí, pero por separado y a diferentes preguntas. Nunca quise poner mezquinamente en entredicho el valor literario de las obras más vendidas. En todo caso, mi definición de éxito no excluye para nada a esos tres autores mencionados. Pero bueno, son gajes del oficio y algo siempre se aprende.

El segundo malentendido es, más que un ruido en la comunicación, un ataque de pánico, un acto de sobrevivencia. ¿Les hablé de mi dilema? Bueno, esto tiene algo que ver.

Ya tengo la respuesta.

Sin embargo, las dudas están ahí, como interferencias discontinuas en una longitud de onda que por largo rato es nítida y brillante.

Y el problema es que no sé si la voz de Dios, por ejemplo, que para mí sería la voz del destino, se manifiesta violenta e inequívoca o sucia y con interferencias. Decapitada.

Dije: “Entonces no voy”. Imaginen el karma de esa palabra: “entonces”. ¿Un chantaje? ¿Una circunstancia? ¿Una provocación? Un haiku, digamos.

Me siento algo así como Björk, en “Bailando en la oscuridad”, dándome ánimos en la ceguera con la estridencia de mi propia voz

para (no) escuchar el vacío.

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