"La verdad es que la mayoría de las mujeres son débiles, ya sean mortales o inmortales. Pero cuando son fuertes, son absolutamente imprevisibles". (Anne Rice)
Wednesday, October 6, 2010
Purgatorio virtual
Estoy leyendo Los muertos, de Jorge Carrión. Un amigo me hizo el favor de traérmela de Madrid, pese a que yo (sí, sí, ya tengo la visa) estaré en breve por esos lares, pero es que no podía esperar a leer una novela que provocaba mi más gótica sensibilidad.
Los muertos comienza con una escena onda Terminator 2: Un hombre desnudo en un callejón de Nueva York, acaba de materializarse. Tres cabezas rapadas le dan la bienvenida a punta de patadas y escupitajos a esa suerte de purgatorio virtual en el que nadie tiene un nombre o un pasado. ¿Quiénes son estos muertos? Algunos están marcados con terribles cicatrices en distintas partes del cuerpo, experimentan ataques de violencia y sufren dolorosas interferencias que no conducen a ninguna parte. La condición de “muertos”, por supuesto, no es algo que ellos contemplen ni por un momento. No saben que están muertos. Estar muerto no es una circunstancia o un tipo de conciencia. En todo caso, es una interfaz.
De hecho, este artefacto literario está armado con interferencias. Carrión ha alternado las dos mitades de la novela con un ensayo literario que permite constatar la loca sospecha de que estamos leyendo una serie televisiva de alto rating, una de esas series correspondientes al subgénero “9/11”. Me imagino que la última parte de la novela será una especie de “segunda temporada”, pero todavía no he llegado, sigo habitando entre muertos y personajes de ficción que el escritor ha exhumado de la imaginación pública para saldar viejas cuentas morales. Así, Corleone, Lady Macbeth o una versión deformada de Larry, el famoso presentador de noticias gringas, coexisten sin otra discriminación que el servicio a una ficción mayor: La absoluta, absoluta y asfixiante virtualidad.
No he rumiado lo suficiente sobre estos dead friends, pero no está mal acercarse al tema 9/11 pensándolo como una gran interferencia en la exitosa flecha occidental que pretendía cruzar el milenio impunemente. Los muertos de Carrión no son repulsivos, no arrastran colgajos de carne ni se pudren fácilmente, de hecho, su capacidad de autogeneración es escalofriante. La repulsión, en todo caso, reside en la idea de que ningún sistema, ni siquiera el virtual, puede funcionar como una comunidad suficiente para un ser humano que se ha hiperfragmentado a tal punto que debe reducir su identidad a la posesión de un cuerpo sano. Cualquier otra subjetividad es expulsada de este limbo en el que seguramente también me toparé a Baudrillard. Sé que esto es un extremo, pero es también un método de pensamiento, pensar en los extremos, olfatearlos, anticiparse, establecerlos como límites, evitar rozarlos.
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