Wednesday, October 21, 2009

Últimos atardeceres en la Tierra


En los días de calor, en la casa de mi abuela, patio de ladrillos desiguales, con las patas subidas en lo alto de la hamaca, leía historietas de Robin Wood. Una saga que me maravillaba era la de Mark, el último sobreviviente de la hecatombe nuclear en un paisaje tristemente futurista plagado de mutantes. Los mutantes no eran felices y su misión colonizadora estaba basada en el “contagio” (por sangre), y si una pequeña parte del cuerpo era tomada por esa decadencia de la carne, la total y horrible transformación estaba garantizada.

Sin embargo, el mejor amigo de Mark, Hawk, era “semimutante”: el brazo negro no permitía que yo, la lectora, le entregara toda mi confianza, siempre estaba esperando una traición. Los mutantes acechaban en las montañas y las batallas eran un reguero de sangre contaminada. Pero Hawk era fiel y su lado humano siempre podía más.

Proyecto en mi pantalla mental algunas viñetas que permanecen con todo su color en mi imaginario (el google siempre ayuda, claro) y las pongo en contacto con la apasionante lectura de La carretera, de Cormac McCarthy, mismo autor de No Country for Old Men.

La devoré hace un par de semanas –en otro patio, en otra hamaca- y el electroshock de imágenes de una posible postcivilización todavía me perturba. Un padre y su hijo, de los pocos supervivientes de una catástrofe climática no necesariamente detallada en la narración, se dirigen hacia el Sur de Estados Unidos, donde quizás haya una salida.

La travesía, siguiendo un mapa de carreteras interestatales de un mundo fantasma, incluye la permanente amenaza de grupos de caníbales, cristalización perfecta de esa metáfora antes filosófica “el hombre es el lobo del hombre”. Pero la hambruna (admonición no del todo pedagógica con la que obligo a Irene a comer ensaladas) no consigue dominar los espíritus de estos dos entrañables personajes.

El amor y el instinto se agudizan, y el padre decide conservar la última bala de una pistola azarosa con la que el hijo, de darse el caso, deberá “salvarse”.

Agarró la mano del chico y le encajó la pistola. Coge esto, susurró. Cógela. El chico estaba aterrorizado. Le pasó un brazo por la cintura y lo abrazó. Su cuerpo tan flaco. No te asustes, dijo. Si te encuentran vas a tener que hacerlo. ¿Entiendes? Chsss… Nada de llorar. ¿Me oyes? Ya sabes cómo hacerlo. Te la metes en la boca y apuntas hacia arriba. Rápido y con decisión. ¿Lo has entendido?”
(…)
“Permanecieron tumbados a la escucha. ¿Eres capaz de hacerlo? Cuando llegue el momento no habrá momento que valga. El momento es ahora. Maldice a Dios y muere. ¿Y si la pistola no dispara? Tiene que disparar. ¿Y si no dispara? ¿Podrías aplastar ese cráneo amado con una piedra? ¿Existe dentro de ti un ser semejante del cual tú no sabes nada? ¿Es posible? Estréchalo entre sus brazos. Así. El ama es ágil. Atráelo hacia ti. Dale un beso. Rápido”.

Debería quedarme callada. Debería no intentar imaginarme ese desconocido himno apocalíptico que el chico esboza con los tonos de una flauta hecha de un tubo de cañería.

Pero de pronto, yo que he atravesado todas las crisis de edades: la de los nueve, la de los quince, la de los veinte, la de los treinta y ahora la de este largo preámbulo…, agradezco haber vivido mi primera juventud antes del año 2000, pues todavía pude sentir el último pulso de la ingenuidad, cuando era posible creer en el más Kitsch de los apocalipsis. Desde ese lugar leo esta novela. Es esta sensibilidad de “chica de los noventa” la que me obliga a ponerme de pie ante el himno amoroso que atraviesa la lluvia de cenizas, la nieve y todos los fósiles humanos que vamos dejando en el camino. Ahora que los apocalipsis están hechos de violencia callejera barata y la hambruna parece un dato exótico de UNICEF. Grande McCarthy.

2 comments:

  1. No había caído en cuenta de esa visión de "chico(a) de los noventa"... pero es cierta. No imagino cómo irá a ser la visión de "chicos de los dosmilveinte" de mis hijos... Muy bonito tu post, tendré en cuenta a McCarthy la próxima vez que vaya a la librería... Saludos!

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  2. Hmmm... Chicos "dosmilveinte". Ojalá fortalezcan la experiencia "empírica" y relativicen las emociones-electrodo, y no es que yo reniegue de los maravillosos touching que nos ha regalado lo mediático, pero mi deseo es que la vida real siempre pueda más. La vida real y la literatura. Un abrazo de osa flaca!

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