Saturday, March 13, 2010

Instinto


Acabamos de regresar del zoológico (de Tampa). Traigo en las fosas nasales un inolvidable olor a rinoceronte, y no es metáfora. Necesitábamos justificar estos días del Spring Break, pues no se trata sólo de lavar la ropa atrasada, mirar pelis extrañas que se infiltran en las pesadillas o sacar de biblioteca torres curvilíneas de libros cuya visión consigue tranquilizarme por unos minutos. No nos alcanza el dinero para otra cosa, de modo que seguimos el instinto de Irene, que ama a los animales de un modo espeluznante, y nos lanzamos a la aventura urbana de zoo.

Aparte de la experiencia de la belleza salvaje e inconsciente –un tigre de Bengala que se despierta ante tus propios ojos, fulminándote con los suyos, de una transparencia celeste y satánica; una jirafa elegantísima, elevándose por sobre la mediocridad; una tortuga amniótica bailando en la nada profunda de una laguna artificial-, está también la experiencia del asco primitivo, la experiencia de la ternura maternal y la del horror, quizás la más sensual de todas.

Respecto a esta última, por ejemplo, sucedió que atravesábamos el túnel de las víboras cuando supe que algo había tocado mis “zonas erróneas”. Ya venía yo inquieta y divertida de haber mirado durante largo rato un monstruo marino durmiendo una borrachera. El bicho es indescriptible, de modo que me limitaré a decir que está lejos del asco y cerca, más bien, de lo cómico. Una especie de broma de esas que la naturaleza suele jugar sin pudores. Pues bien, en el túnel de las víboras se respiraba veneno. Algunas cascabeleaban nerviosas ante el flash con el que un chino las acribillaba como si quisiera robarles el alma. Soporté el tránsito diciéndome que sólo en los filmes clase B estalla el grueso cristal que separa la furia biológica de la razón burguesa. Por suerte, no hizo falta que estallaran las criptas, bastó la imagen de una piel vacía, el pellejo hueco, la persistencia isomórfica del reptil, ahora sólo células muertas y escamitas como lentejuelas dispersas por ahí, para que empezaran a picarme las palmas de las manos.

No tengo la menor idea de por qué este reflejo alérgico. No me había pasado antes y no tiene nada que ver con una provocación histamínica, sino más bien con un efecto de sinestesia. Claro que si lo pienso bien, no me perturbó tanto la idea del tacto escarchado de la víbora plateada (venenosísima, según anunciaba su ID), sino el hecho de que pudiera huir, escurrirse de sí misma, abandonar su antigua cosmética y convertirse en una culebra nueva y joven, en una contundente serpiente postbíblica. Allí, como alma en pena, todavía acariciando el tronco con el que habían adornado su hábitat, continuaba obscena y cilíndrica, igual que una media nylon, su vieja epidermis.

Claro, pensé, rascándome recíprocamente ambas palmas, de este modo es imposible inculpar a nadie. Los crímenes ofídicos son elegantes e irreversibles.

Esto fue cuanto aprendí en mi visita al Zoo.

2 comments:

  1. Se siente bien leerte. Desde abajo comencé hoy y fue como estar frente a una proyección originada en lo más profundo de la línea entre mi conciente y mi inconsciente.
    Quién sabe cómo funcionan estas cosas?, yo debería, pero a veces parece demasiado sencillo, es como el resultado de los propios deseos y nada más.
    Beso.

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  2. Es una gran manera de comenzar esa... desde abajo. "Debaixu", para decirlo con la dulzura de Gelman. Debaixu está la joya.

    Besísimos.

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