Thursday, May 20, 2010

Como un sueño


Estas somos Irene y yo atrapadas en la magia del Atlántico Sur. Dolía tanta belleza, tanto mar ajeno y tan cerca de casa. La aventura terminó, pero cada una trae en la mochila su propia narrativa. Irene y Liniers, por ejemplo, se hicieron best friends y el pacto consistió en un intercambio de pingüinos a quienes han bautizado con sus respectivos nombres. Tuve que defender a Liniers de la revisión inquisitorial en Miami; hubiera sido terrible que lo despanzurraran en busca de cocaína patagónica.

Por mi parte, me traigo libros, regalados y comprados, como debe ser en todo viaje que se precie. Pero sobre todo me traigo el sabroso testeo de un país cuya literatura ha nutrido desde siempre mi torrente sanguíneo. Amigos, descubrimientos, chismes, revelaciones, nuevas hermandades, todo eso que marca a fuego los viajes extremos. Mi profundo agradecimiento para los muchachos de editorial G7 que cuidaron cada detalle, incluso nuestra mítica expedición hasta el último faro, en un catamarán llamado “Shackleton”. La travesía nos deparaba un encuentro brutal con lobos marinos. Según dijo el capitán, semejantes monstruos no figuraban en la agenda, pero allí estaban, voluptuosos, gritones, peligrosos. El terrible olor a grasa y sexo nos mantuvo a distancia, pero nos acercamos lo suficiente como para apreciar el horror fascinante de sus fauces lujuriosas.

La última tarde en Buenos Aires, entre el fervor político de los trabajadores gastronómicos que avanzaban, pancartas en alto, por la calle Corrientes, amenazando con no atender durante el fin de semana largo porque “el derecho a mantel y a cubierto no alcanza”, me sentí otra vez acunada por la irresistible violencia de la cotidianeidad latinoamericana. El sudor del pueblo es el mejor souvenir que alguien pueda empacar para cuando llegue el momento de las saudades.

En el avión, Irene me pide que le cuente “el cuento para dormir”. Estoy agotada y feliz y no se me ocurre nada. “El cuento de Mariana”, sugiere Irene, refiriéndose al “petiso orejudo” cuya estatua de cera vimos espeluznadas en la prisión de Ushuaia. No tengo la escalofriante pluma de la Enriquez para narrar esas leyendas urbanas, pero hago el intento: “había una vez un hombre con grandes orejas, no era un duende bueno, era un psicópata en miniatura…”

5 comments:

  1. Qué bonito post! Gracias por compartirlo, no cabe duda que está escrito (aún) desde el fin del mundo...

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  2. Hola, Alessandro.

    Es cierto. Cuando los lugares te han gustado mucho, antes de emprender el regreso hay que decir en voz alta el propio nombre; de otro modo, el alma se queda ahí.
    Creo que yo me olvidé de "llamarme".

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  3. Discovery se queda corto. Nada mejpor que rrecorrer el munco con los propios pies y las propias alas. La foto es bellísima.

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  4. ....es un sueño bellizimo , vos e irene frente al mar ! .... lloro , como siempre ! pero de felicidad de verlas asi , una dia sofi y yo tambien tendremos un sueñingo asi de hermoso

    te quiere
    isa

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  5. Gracias, Isa.

    Estuve atenta al tema de la censura, haciendo fuerza por vos.

    Te mando un abrazo enormísimo y apretado.

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