Sunday, July 26, 2009

Fragmentos Líquidos


Anoche, Emma, Irene y yo fuimos al teatro. Irene era la única niña en toda la sala. "Es tu responsabilidad", me advirtió Emma antes de que nos encontráramos en la puerta de Casa Teatro. No iba a ser la primera vez que empuje a Irene por los túneles del mundo de Alicia. Ojalá el juicio de responsabilidades de la adultez sea misericordioso.

En todo caso, valió la pena.

"Fragmentos líquidos" es una puesta en escena que se presta a interpretaciones multidimensionales. El homoerotismo es, digamos, el magma de toda la obra, pero creo que la cuestión de fondo excede esa retórica. Algunas cosas que comentamos luego entre las tres -Irene, yo, Emma- fueron: lo violentamente Kitsch del vestuario, ¿de dónde son las actrices? (hay gran preocupación por la "correcta" dicción), y el gran issue que es la materialización del amor en la existencia (o no) de un hijo -correlato de la herencia genética y, por tanto, del narcisismo eterno de la raza humana. El "no nacido" todavía duele, pues para el imaginario hegemónico, la realización de la mujer sigue pasando por la enorme institución de la maternidad.

Yo dije que me gusta el Kitsch extremo y que la escena inicial de "Fragmentos líquidos" me había cautivado por su guiño -no sé si involuntario- al "Exorcista". No por nada la femineidad compulsiva ha sido uno de los temas recurrentes de las películas de terror paranormal y psicológico. Emma dijo que el "adentro" y "afuera" en los que enfatizan los monólogos corresponden a un universo uterino. Irene dijo que le gustó que vendieran tripas en un bañador.

Lo hermoso del teatro es que concilia el intimismo a veces hermético de la literatura y la tarea de la imagen expresiva del cine, con la diferencia de que, a la hora de una lectura teatral, se debe prestar atención, además de al texto, a los códigos fácticos: vestuario, luz, proxémica, tiempo real, todo vale, todo cuenta y no hay unidad sin todo ello. Otro desafío consiste en que la cercanía física (para mí, a ratos insoportable) entre espectador y agentes de ficción (a la que no obliga el cine) no debe romper la magia de esos dos mundos. El espectador absorto en su butaca, a salvo del drama, los actores también, en la cápsula de la representación, a salvo de la realidad. Dos nihilismos puestos a prueba.

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