Sunday, September 27, 2009

Genética


Este fin de semana ha estado cien puntos, sin que necesariamente desaparezcan los momentos de vacío, la desazón. Quiero decir que casi soy una experta en el surfing emocional y sé que, una vez superado ese momento de oscuridad, veré, aunque sea por media tarde, el resplandor de una imagen cotidiana en la que mis hijos y yo y los que eventualmente nos rodean estamos bien.

Por supuesto, el mérito no es del todo mío. Ayer leí La carretera, un libro sobre el que no postearé hoy por esa especie de código literario que me he impuesto y entre cuyas cláusulas figuran: a) prolongar el disfrute mental-intelectual-espiritual de las historias en las que encuentro un refugio; por tanto, no escribir inmediatamente sobre ellas, b) regular con la distancia temporal mis juicios literarios, ponerlos a prueba.

De modo que esperaré unos días para comentar sobre la puerta que para mí se insinúa en la lectura de esta novela.

Por otra parte, anoche vi “Gente corriente”, una peli ochentera en la que unos jovencísimo Donad Sutherland, Timothy Hutton y Mary Tyler Moore conforman una familia que intenta sobrevivir a la muerte de uno de sus integrantes. De algún modo, la cinta es también un homenaje al amor de padre, a las formas tiernas en las que los hombres pueden ejercer sus afectos. Después de apagar pantallas, por algún motivo recordé una conversación telefónica con una amiga y compañera de la maestría en UF, Belkis. Hablábamos sobre esa “otra vida” que ya nunca más tendremos, esa que se clausura en el momento en que te nacen los hijos.

“Entonces tus decisiones se vuelven prácticas y chau romanticismo”.

“No”, dijo Belkis con su acento caribeño que el inglés del sur no podrá jamás domar, “ahora lo romántico es tener hijos”.

Más que un aforismo o un juego-espejo de palabras, la frase revela precisamente la inversión de esos intangibles que marcan generaciones. Los que ahora somos adultos en plena adultez constituimos, quizás, los últimos padres “porque sí”, los últimos irresponsables. Como sucedió con el primer feminismo (o tal vez esto sea un largo coletazo), las decisiones sobre ser madre o no ahora pasan por otros filtros. Ya no se trata de “cuándo ser madre”, se trata de que probablemente esa circunstancia existencial esté sencillamente fuera de planes y no contemplarla parece no perturbar a nadie. El deseo de que la individualidad no se interrumpa con nada es una apuesta que, sin embargo, debe profundizarse desde varias trincheras.

Cuando postee sobre la novela de Cormac McCarhty voy a completar mis ideas. Mientras tanto, ya es lunes y los bucles del tiempo se enroscan de nuevo.

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