Monday, September 14, 2009

Traidora


Traduttore, traditore. Estoy a punto de traicionarme, o de ser fiel por sobre todas las cosas a esa primigenia pulsión de escritura. Lo cierto es que anoche terminé de “corregir” Las Camaleonas y el tinku con esa etapa de mi narrativa me ha sentado bien.

Este ha sido el año -para decirlo en la onda de Jonathan Franzen- de las correcciones. Me la he pasado revisitando textos ya publicados con pasión febril pero sin arrepentimientos, como si intentara comprender mi propia hermenéutica, o como si hubiera algo por comprender. No puedo apostarlo, pues siempre me muevo en territorios escépticos, pero creo que el placer del ejercicio de la corrección se intensifica cuando estoy totalmente desnuda, es decir, sin ego, o en control de él (en ese sentido, mi relación con el blog no deja de ser irónica). Entonces descubro la absoluta potencia del texto y vuelvo a entregarme.

“Eso no es válido”, “eso no es justo”, “no es honesto”, me han escrito algunos amigos cuando les he comentado que estoy corrigiendo. “Eso es persecutorio”, “enfermo”, “contra la espontaneidad”, “contra la creación”, dicen los más radicales, los que prefieren ir desapegándose de lo ya publicado para avanzar. Son pocos los que creen que la corrección es, con más riesgo incluso que el primer golpe del teclado sobre la hoja en blanco, el acto supremo de invención. No tengo un diccionario etimológico a mano, pero deduzco que si el texto literario es una “convención” de algo, de una trama, de unos personajes, de una x atmósfera, de una x tensión antagónica, la “in-vención” implica la subversión de ese orden, la búsqueda extrema en las entrañas del enigma, y, en ese sentido, al intervenir lo ya expuesto a la luz se rompe el esquema, no sin violencia, no sin la soberbia anárquica de la demiurga.

Ahora, siempre es posible que esta tarea autoimpuesta exceda el mero perfeccionismo (propio de mi signo) y responda más bien a una necesidad narcisista, cero diferencia con el arrobamiento que Rico Mc Pato siente cada vez que baja al sótano a acariciar sus lingotes de oro. Bastante obcecados los dos, rumiando la misma piedra, es decir, el mismo lingote. Con la salvedad, quizás, de que escribir duele.

Si he vuelto a postear sobre el tema es porque recibí un maravilloso correo de Verónica Saunero, en el que no me reclama una fidelidad automática (y casi mercadológica) al texto impreso y marcado por un sello editorial, sino que me conduce a la reflexión sobre la tendencia a relativizar el valor de la memoria, y la obra publicada como uno de sus registros. Además, si “esa de ahí no soy yo”, ¿quién es ahora la que escribe? Corregir, visto de este modo, sería ejecutar la vocación de transformación que todo escritor/a profesa, a veces tanteando la oscuridad, a veces con obsesiva lucidez.

Traduzco, pues, mis transformaciones, las de carne y las más profundas, las incorregibles. Intervengo en lo ya leído para tantear hasta dónde es posible la ficción.

“El texto es mío”, he respondido con un gesto infantil a mis amigos, pero la voz escéptica pregunta insistente: ¿En serio es tuyo? ¿Totalmente tuyo?

2 comments:

  1. ayer estaba releyendo las ponencias de "blog: lenguaje y escenario" (2006), xusto me encuentro con tu blog recién estrenadito, no pude con la tentación de comentarlo. un abrazo.

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  2. Gracias :) Recuerdo ese encuentro, tuvo de todo un poco, no?

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