Monday, December 28, 2009

Saturday, December 26, 2009

Lo cursi, lo hermoso, lo inolvidable


Me estaba preguntando cuántas navidades en la categoría de “inolvidables” podía contar en mi historia personal –cuando tenía doce y un chico me llamó por teléfono justo a la medianoche; cuando me separé y la tristeza me hacía sentir especial y era una “primera” navidad sola, yo era, sin duda, la musa inspiradora de Los bukis; cuando fabriqué un árbol sicodélico de madera para mis hijos, podía contra todo, incluso contra el tedio y las persistentes costumbres-, en fin, unas inolvidables diez navidades, todo un tesoro.

Estaba en esa nostálgica autocomplacencia, digo, cuando leí en el blog de Juan Terranova este hermoso poema de su autoría, que he decidido “pastear” por completo como un pequeño obsequio para el generoso lector que visita mi darky park.

Navidad en el desierto

La navidad de 1999 la pasé con mi hermano.
Y él invitó unos hippies a casa
que se robaron mi ejemplar de Rastros de Carmín.
Yo tenía una novia en el desierto, viviendo en un kibutz.
Esperé que me llamara para contarme
Que me había dedicado una plegaria
durante su visita al Muro de los Lamentos.
Pero en cambio me dijo
que se había acostado con un árabe.
En Buenos Aires la térmica era de treinta y tres grados.

¿Fin de año te pone melancólico?
¿Te gusta fingir soledad y desesperación?
La nochebuena del 2005 conocí a un pibe en una fiesta
Que una amiga hacía en Congreso, después de las doce.
El pibe tenía una remera de Marilyn Mason.
Me dijo que era enfermero en el Ramos Mejía.
La música más triste la había escuchado hacía un año
Cuando los celulares de los chicos muertos en Cromañón
empezaron a sonar en la morgue del hospital.

A fines del 2006 me fui a vivir a Madrid.
Ahí la Navidad se festeja
Con los mozos cocainómanos de la Plaza Real
Que hablan de Franco y de los toros.
Un 24 a la tarde, en un bar de Lavapiés,
un entrerriano perdido me contó
Que una vez su padre le había regalado
Un yacaré de treinta centímetros.
Lo tuvo en la bañera hasta que se cansó.
Los ojos del animal eran dos perlas negras.
La madre trabajaba en un geriátrico de Concordia
Y todos los 25 al mediodía
mientras almorzaban abajo de la parra,
eran siempre las mismas fotos
de los viejos en sillas de ruedas.

En el 2008 volví a Buenos Aires para las fiestas.
Disfruté no tener que trabajar y toda esa semana
Llegaba de la calle o del bar,
prendía el aire acondicionado
y sentía el frío en la cara,
tirado como un lobo de mar
en una playa desierta.

La mejor navidad de mi vida
Tuve sexo casual con una chica
Disfrazada de Papa Noel.
Pelo lacio y oscuro, me gustaron sus labios.
Cuando nos despedimos me dijo
“Feliz Navidad, Johnny boy ”.
Todavía tenía puesto el pijama de seda rojo
Y usaba unos anteojos de sol espejados.


Publicado por Terra en http://elconejodelasuerte.blogspot.com

Wednesday, December 23, 2009

Departure


Y bueno. En la recta final. Resuelto el dilema, nos vamos el 4 de enero. Esa conciencia de “días contados” no deja de ser un dolor. Todo, el clima, la hermosa lluvia, el lodo de los pueblos, las palabras callejeras, los hábitos de los desayunos, los panetones con uvas, la manicure, los sucios piropos, las viejas y codificadas rencillas, todo es de una lucidez que lastima.

Sin embargo, estamos juntos. Y siempre tendremos este lugar.

¿Pudo haber sido diferente? Sí, claro. Todavía puede ser diferente. Pero de algún modo, no. Creo que cuando un vector activa su fuerza, hay un solo resultado “lógico”. Lo otro es una aberración. Y no estoy siendo moralista. Cuando digo “aberración”, lo digo más bien en dos de los siete sentidos a los que alude la RAE:

“Grave error del entendimiento”.

“Desvío aparente de los astros, resultante de la combinación de la velocidad de la luz con la de los movimientos de la Tierra”.

En humildes palabras: la carga eléctrica de las acciones son las intenciones. Una intención es una voluntad, una voluntad es una ética. Una ética es una estética. Una estética es el cómo finalmente se manifiesta la vida, su concreto formato, el espejo real de todas esas decisiones. Cualquier desvío de esa mimesis es una aberración.

De modo que Alejandro, Irene y yo nos tenemos que ir. Mis acciones fueron siempre demasiado literarias, y ellos, por su bien y por su mal, son mis hijos.

Míos.

Pero en fin, no estamos aquí para hacer performances de madrazas (me quedarían impostadísimas, por otra parte), sino porque es justo en esta época que se nos da por evaluar el año, lo vivido y lo que vendrá. Y lo que vendrá, en mi caso, precisa de algunos desplazamientos que está bajo mi poder hacer.

Por eso, ahora es necesario irse. Volver a irse.

Seis maletas, 23 kilos each. 138 en total. Nuestros objetos amados ahí. Algunos libros, algunas muñecas, algunos discos, nuestros medicamentos, nuestras secretas adicciones. Nosotros.

Qué poderosa palabra, qué fantástico escudo es ese: “nosotros”. Mi “yo”, la bandera que siempre he enarbolado orgullosa, hasta se debilita dulcemente para dar paso a ese nuevo concepto sobre el que quiero volver a empezar.

Nosotros.

Monday, December 14, 2009

Propinas carverianas


Este 2009 ha sido un año importante para mí. Todos los años, por supuesto, tienen su corazón de las tinieblas y definen el rumbo de la vida de una manera especial.

El año 2005, por ejemplo, fue duro, y, sin embargo, sin su dolor, “no iré cuando me llame/ aunque diga Te quiero”, sin su íntimo y casi insoportable dolor, “aunque jure y prometa que sólo habrá/ amor amor”, no habría escrito Sangre dulce con el espíritu desahuciado con que lo hice. Habría sido un libro más autocomplaciente. Quizás más lindo, pero menos mío. Y jamás de los jamases habría gestado en la placenta del tiempo la caricia dulcísima de este 2009. El dolor del 2005 y la satisfacción del 2009 son dos caras de la misma moneda, ese ha sido mi principal aprendizaje.

Lo que sucede entre paréntesis es parte del camino.

En tal sentido, lo que quiero compartir hoy es otra buena noticia (tiempo de uvas, no?): Pepo Paz, mi Súper Editor, me ha enviado un correo contándome que las Niñas han sido seleccionadas en una especie de top ten muy cool. Augura lectores, eso es lo hermoso.

Dice que es casi imposible que ganemos el concurso, pues hay excelentes escritores españoles en competencia, pero que eso, con lo que ya hemos conseguido, es lo de menos. Yo también pienso lo mismo.

Acá va el link de la nota:

http://bartlebyeditores.blogspot.com/

Y ahora, cuatro años después, siento que el poema de Carver brilla para mí de otra manera:

Pero esta palabra amor
Esa palabra se hace oscura, se vuelve pesada y se sacude, empieza
A comer, a temblar y abrirse paso
Convulsamente por este papel…

Monday, December 7, 2009

Cita en las nieves



Me han invitado al Fin del Mundo. Por supuesto, he dicho que sí. Iré hasta el Fin del Mundo, escribiré crónicas nevadas, devoraré con los ojos los atardeceres de la Patagonia, reventaré los vasos capilares de las fosas nasales respirando su aire incorruptible. Quizás, incluso, hasta llegue a alucinar con algunos de esos personajes que importé a mi infancia desde Editorial Columba.

Y es que me han invitado a un festival de escritores en Ushuaia, Tierra del Fuego. Si me dejan, compraré un pasaje para Irene y la llevaré conmigo. Seremos dos pingüinas muy entusiastas.

Pero lo mejor de todo es que este extremo festival organiza el

CONCURSO IBEROAMERICANO DE NOVELA BREVE
del Festival iberoamericano de nueva narrativa – Finn- Ushuaia, Argentina-
Jurados: Glantz, Pauls, Cozarinsky, Drucaroff, Lissardi.
Hasta el 15 de marzo de 2010 se reciben los originales.

Pueden consultar las bases en:

http://www.festivalfinn.com.ar/

Falta un tramo para esta cita en las nieves, pero ya puedo remontarme en un vertiginoso flashforward a mi circunstancia existencial entre latitud Sur 54° 29ʹ 52̋ y 68° 25ʹ 12̋ de longitud Oeste.

Narnia, allá voy.

Tuesday, December 1, 2009

Lis





I´ll tell you what: Lo hice. Vencí al Zolpidem. Zol-pi-dem: nombre de monstruo japonés, de cosa sin forma, negra, sin identidad. Un pozo séptico donde derramás lo mejor de la noche, los sueños.

Lispector fue mi escudo y mi arma. Lis-pec-tor: nombre de detective, sensual, inquisitiva, precisa, a veces sólo “lis”, como la flor.

Por supuesto que me da miedo cantar victoria y que los pequeños hunos de la noche salten y ataquen nuevamente, tomando las almohadas por completo, abriéndome los párpados al estilo naranja mecánica con palitos de picolé para obligarme a mirar la lenta avanzada del reloj, su tic tac como única música (debería usar despertador digital).

Por eso mantengo a Lis al lado de la cama, junto a la lámpara. Ahora estoy metida en el Aprendizaje o el libro de los placeres. Si tengo miedo de cerrar los ojos, leo:

“…alivia mi alma, haz que sienta que Tu mano está cogida de la mía, haz que sienta que la muerte no existe porque ya estamos en verdad en la eternidad, haz que sienta que amar no es morir, que la entrega de sí mismo no significa la muerte, haz que sienta una alegría modesta y diaria, haz que no Te indague demasiado, porque la respuesta sería tan misteriosa como la pregunta, haz que me acuerde que tampoco hay explicación de por qué el hijo quiere el beso de su madre y aún así quiere y aún así el beso es perfecto, haz que reciba el mundo sin temor, pues para ese mundo incomprensible fui creada y yo misma también incomprensible…”

Sí, leo esto y respiro. Y me toco, pero no en el sentido dulcemente “sucio” de tocarse, sino para –como Clarice- constatar mi cuerpo y su violenta presencia, aquietarme, y, de este modo, tocar el mundo.

Wednesday, November 25, 2009

Llamadas telefónicas


El otro día estuve leyendo un hermoso post en el blog de Javier Payeras. Era un cuento o una escena, da igual. Un escritor inédito con insomnio piensa por un segundo en llamar a su agente literario y pedirle mil dólares, un apartamento y otras cosas necesarias para ser feliz. Decide, claro, salir a caminar por el barrio.

Yo, si pudiera, saldría también a caminar por el barrio, pero hay fatalidades y fatalidades, y algunas más vale no rozarlas ni con el pensamiento. De modo que opto por la llamada telefónica.

¿Aló?, dice Pepo Paz, maravilloso editor de Bartleby. Yo atravieso estoicamente la abstinencia de mi pastilla color vainilla, pero él no lo sabe y no le afecta; allá es mediodía. Le cuento que una vez tuve miedo de que él no existiera, de que detrás de sus bienaventurados emails hubiera una identidad usurpada, alguien divirtiéndose con la ansiedad de una escritora. Ha sido un alivio haber podido abrazarlo en el castillo gótico de Alcalá. Sí que eres paranoica, Gio, dice Pepo, impaciente. Corre entre librerías, colocando títulos -tus Niñas y detectives pegan, eh?-, un experto de la edición independiente, sin duda. Y bueno, en parte es eso lo que me hace escribir, me justifico, la paranoia, el miedo... Pepo me tranquiliza. Más allá del negocio, Gio, más allá del corre-corre, por encima de todo, dice, tienes mi amistad.

Tienes mi amistad.

Esa noche duermo como un ángel.

El miedo, sin embargo, no se irá nunca. Tiemblo cuando leo las buenas noticias que me manda. No me he atrevido a ponerlas en mi blog por un innecesario pudor. Pero luego asumo que no se trata sólo de mí, no se trata siempre de mí, come on, se trata también del trabajo de Pepo. Yo soy editora y lo sé. Así que esta noche, antes de darle batalla al monstruo invisible de la Súper Conciencia, voy a linkear un par de nuestras great news:

Un banner (que estará dos semanas) en un página muy divertida.

Una reseña en el sitio de la Escuela de Letras.


Good night, Pepo. O que sea un lindo día de niebla invernal. Estamos lejos pero cerca.

Sunday, November 22, 2009

Cuentos para ir a la cama


Semana dura. Mi alma me pidió a gritos dejar la media pastilla para dormir, que no por diminuta y color vainilla es menos letal. Probé antes, hace un año, a bajar la dosis; mordía sólo la puntita, pero entonces la noche se volvía un bosque denso y lúcido. Los tratamientos graduales no son para mí. Yo soy del tipo “todo o nada”. Y, claro, eso te hace sufrir.

El lunes 16 no la tomé más. Esa noche comprendí la verdadera dimensión de la abstinencia, comprendí a los cocainómanos veteranos, a los enamorados en soledad, a los exiliados… Es que el sueño nocturno es una patria y yo había sido expulsada.

De modo que han sido días de pésimo humor, tratando de no lastimar a los que me rodean, pero lastimándolos igual. Rogándole a la media sonrisa irónica de la luna que por favor ya basta.

Tengo la esperanza de que este próximo lunes pueda, por fin, devolverle a mi cerebro un saludable paréntesis. Con lo que nos gusta soñar. Es ahí, en el espacio y el tiempo del sueño, donde/cuando hablan mis fantasmas. Y los he tenido susurrando cosas, sin escucharlos muy bien, “ventrilocuando” voces enajenadas, confundiendo los secretos.

Por supuesto, no iba a quedarme como si nada mirando el techo y sus sombras intentando formas que no alcanzan ninguna belleza. Entonces me he dedicado a leer los textos que producen los escritores y las escritoras de mi taller de escritura creativa y me he conmovido con algunos. Es una escritura en forma de latido, en muchos casos, y por eso mismo de una pureza apabullante.

También he leído una novela maldita que tan generosamente me recomendó Andrea Jeftanovic, De los niños nada se sabe, de Simona Vinci. Tuve suerte de que Emma me preguntara si necesitaba algo de Buenos Aires, iba su padre y ella tenía una larga lista. ¿Qué quería yo?

En las noches expulsada de la dulce inconsciencia leí, pues, esta historia: Un grupo de chicos entre 10 y 15 años (rango peligroso) prueban un juego diferente. Este fuego diferente es trágicamente irreversible. No quiero aguarle la trama a nadie, but I can´t stop from telling this:


“Greta estaba acurrucada en el colchón, pálida, con la espalda cubierta de rasguños rojos e inflamados, ninguno de ellos recordaba cómo se los habían producido, quizás ocurrió días antes. Un pezón cortado neto, en su lugar, una cavidad oscura, como la de una bala. De esto tampoco se acordaban, quizás un mordisco o quizás, al moverse en el colchón, se clavó un gancho u otra cosa, aquella cama era un lío”.
“La sábana se estaba impregnando de líquido, de su cuerpo salía una materia densa y oscura, sangre mezclada con otra cosa. No lograban comprender qué había sucedido”.


Una revista porno, unos púberes de clase media, el miedo a que el mundo sea plano y aburrido, y la caída prematura en las más hondas tentaciones. Gracias, A, por recomendarme el book. Sorry, E, el libro ya es mío. Te lo voy a prestar, claro, pero lo necesito con locura, más que a mi media pastilla color vainilla.

Saturday, November 14, 2009

Sol y fiesta



En Santa Cruz hace un maravilloso día soleado. Probablemente llueva en la noche. Escribo a ciegas (y con urgencia) porque estoy sin lentes. Es que tengo muchas cosas que celebrar today:

Irene tendrá su show escolar. Están en la onda Thriller, de modo que hemos improvisado un horroroso disfraz de zombi. Aun así, no pierde su precocísimo glamour.

Es cumpleaños de mi madre.

Y también de mi hermano.

Son terribles escorpiones los dos. Yo amo a los escorpiones. Escribo cuentos sobre ellos.

Hace unos días, Terranova el Hermoso me pasó una interview que publicó en la 3era.

Hoy relanzamos la tercera edición de Las Camaleonas, libro sobre el cual Marcelo Suárez me ha hecho una generosa entrevista en Brújula.

Como digo, hoy hay sol y fiesta en mi casa.

Wednesday, November 11, 2009

Apartar el ego



La idea es que el/la narrador/a no perturbe las voces, tonos y registros de sus fantasmas. Apostar por la autenticidad.

Nos vemos el lunes.

Friday, November 6, 2009

Hacer hablar a los personajes


Uno de los desafíos más grandes a los que se enfrenta el o la joven escritor/a es la construcción de diálogos entre personajes, pues éstos deben ser naturales, fluidos y aportar movimiento a la trama. Un diálogo de “relleno” le quita fuerza a un texto.

¿Cómo conseguirlo? Quizás, en primer lugar, poniéndonos en el pellejo del personaje, asumiendo su personalidad, comprendiendo su "psiquis", entendiendo sus motivaciones y hablando por su voz.

Decidí, entonces, darle continuidad a mi taller de escritura creativa, esta vez con el auspicio de la Facultad de Humanidades y Comunicación de la UPSA, para abordar algunas técnicas literarias de desarrollo de diálogos y realizar prácticas que nos permitan identificar nuestras debilidades y fortalezas narrativas en ese terreno.

"Hacer hablar a los personajes" comprenderá cuatro encuentros: el 16, 17, 23 y 24 de noviembre, de 20:00 a 22:15 hrs., en la UPSA, por supuesto.

Los contenidos y prácticas se concentrarán en estos puntos:

Voces: la primera persona autobiográfica, el yo lírico o flujo de conciencia, la tercera persona omnisciente, la segunda persona admonitoria. El coro.

La voz y sus tonos: Tipos. La voz de mujer. La voz del niño. La voz adolescente. La voz fantasma. La voz confesional. La voz "fría".

Registros:
Universales, coloquiales, regionales, "neutros", impostados, naturales.

La importancia del diálogo en la narración: Diálogos descriptivos, diálogos histriónicos, diálogos de flujo. El diálogo y el avance de la trama. El monólogo.

Formatos: epistolar, diario, cuento, novela.

El silencio: las elipsis, lo que no se dice, el "otro" fuera de página.

Aspectos gramaticales del diálogo: El uso de la raya, el uso de las comillas, alternancia, alocución, acciones fonolingüísticas.


Mayores informes en el 3464000 en la "facu" y en ingridsteinbach@upsa.edu.bo y tallerliterariopersonajes@gmail.com.

Tuesday, November 3, 2009

Biografemas




No han sido noches serenas. “Soy adulta”, me digo, sentada en el medio de la cama, como si esto fuera un mantra capaz de sanar las heridas que duelen como en la adolescencia. Y me pongo cursi, apelando a esa zona de buen humor que también poseo y que no muchos conocen: “mas no me prometiste tan sólo noches buenas”. Reviso mentalmente las cosas que están bien, las cosas que están mal, lo que está en peligro, y lo cierto es que si bien en este momento de mi vida no le ordenaría al editor “ya, que salgan los créditos”, podría darme algunas palmaditas en la espalda.

Pero lo cierto también es que conozco profundamente este sentimiento, del modo en que un bipolar intuye la horrible pendiente después de un día eufórico. Sé que esta desazón responde a largas semanas sin escribir ficción, a un casi gracioso sentimiento de culpa, al hecho de haber estado de vacaciones y no haber ejecutado lo suficiente el látigo de la literatura sobre mi desvergonzada espalda. ¿No soy acaso una “escritora de vacaciones”?, me digo, mientras aprendo a hacer empanadas porque mi madre dice que es necesario. Y yo sé que es necesario. Yo sé que saber hacer empanadas puede salvarme la vida.

Aprendo a hacer empanadas.

Pienso en el dinero que me pagaron por una novelita que todavía no he terminado.

El aceite rebota y las va inflando como pálidos batracios.

Y yo digo, qué bien, dios mío, sé hacer empanadas.

Qué inútil es la literatura, me digo.

Qué cosa desahuciada, me repito, mientras miro a mis chicos, que confían tan escalofriantemente en mí.

En mí.

Friday, October 30, 2009

Generación quemada


Estoy leyendo un libro que había interrumpido hace meses porque, aunque elegía los cuentos aleatoriamente, no conseguía dar con uno que no me entristeciera. Llegué a pensar que, al fin y al cabo, por muy posmoderno y anglosajón, el libro no dejaba de ser deprimente. Pero ahora que tomé unos días de vacaciones y puedo darme el lujo de alternar las emociones, volví al book, y -a la luz del hermoso prólogo-epílogo de Zadie Smith- presté atención a otros aspectos menos oscuros de los textos y en especial a aquellos que significan una ruptura en una antología fuertemente marcada por el realismo sucio.

Así llegué a “La rana de las nieves”, de Arthur Bradford, un cuento fantástico sobre un grupo de gente rara que encuentra su hogar en la granja de Grace. Grace es, precisamente, quien les enseña cómo convertirse en una incubadora humana capaz de mejorar las especies de la granja. A pesar de las novecientas mil metáforas que podemos despellejar de esta singular trama, me quedo de nuevo con ese tic norteamericano de querer encontrarle a cada quien su lugar en el mundo. Si eres un freak y estás muy solo podrías mudarte a una granja y gestar pollitos y ranas en la tibieza de tu esófago.

Claro que eso de tu lugar en el mundo, a diferencia del enorme exilio, la profunda angustia que se permiten otras tradiciones (globales), como la francesa o alemana, es un remedio casero que atenúa con compresas de fábula el verdadero dolor.

Es decir… No hay escapatoria… De todos modos el rictus amargo de una vida que finalmente es horrorosa se filtra en cada historia de Generación quemada, la antología de autores norteamericanos contemporáneos que publicó Siruela en el 2005. Con un poco menos de melancolía –sentimiento dulce de todas maneras, una expresión digna de la autolástima- y un poco más de optimista trama kantiana, habría podido ofrecerse un existencialismo más duro y menos protegido por ese noble sentimiento nacionalista (entendiendo, además, “nacionalismo” como el típico ensimismamiento norteamericano que ha sido también el motor de escrituras más extrovertidas y pragmáticas, como las de Don DeLillo y Philip Roth).

El cuento que inspira el título de la antología, “Encarnación de una generación quemada”, del maravilloso David Foster Wallace, es más breve de lo que esperaba (aunque no sé por qué esperaba un cuento más extenso). En tres páginas, Foster Wallace recrea un infierno doméstico. Un infierno infinito: al bebé se le ha volcado la olla hirviente, los padres lo colocan bajo el grifo del lavaplatos, gritan, pero el terror no les permite darse cuenta de que la primera acción debió haber consistido en quitarle el humeante pañal.

Después de leer el cuento quise suicidarme.

“¿Cuál es el trauma que los ha llevado a esa situación?”, se pregunta Zadie Smith refiriéndose a estos escritores “quemados”, y se contesta: “Dos cuestiones parecen fundamentales: el miedo a la muerte y la publicidad. Las dos, por supuesto, están íntimamente unidas. No existe la muerte en la publicidad, ya que es un tema tabú, y esta generación ha visto crecer la publicidad hasta convertirse en la estructura misma de la vida”. De modo que tienen que arreglárselas para parecer felices, infiero yo. O denunciar ese descomunal encargo, como lo hacen en sus textos.

Volveré a su lectura en otro momento. No sé cuándo. Cuando “esté lista”, como dicen ellos.

Monday, October 26, 2009

Buena estrella



Yo estaba a punto de casarme y necesitaba urgente un trabajo. Era, en realidad, mi primer trabajo “formal” (pues fui niñera ad honorem durante toda mi adolescencia). En ese momento no sabía la enormísima suerte que estaba atravesando mi vida al conocer a Edgar Lora Gumiel, un verdadero corazón valiente.

Mi trabajo, como todos los primeros trabajos con buena estrella, era un híbrido entre el secretariado, la recepción telefónica, la planificación y promoción de eventos culturales y la conversación entrañable con un jefe que se convertiría en el amigo más importante que haya podido tener.

Santa Cruz vivía la euforia de los noventa y “el profe” pudo poner a toda una generación a la altura de su momento. Era, sin duda, una época interesante. Podías ver con tus propios ojos cómo emergían los edificios, icebergs casi instantáneos en la pantalla de ese videogame que todavía no auguraba la violencia urbana actual.

Entonces el Pro se inventó el “Bicu Bicu”, el festival de teatro que anualmente organiza la UPSA y que se ha convertido en una importantísima plataforma para poner literalmente en escena las tendencias, escuelas, reformulaciones y premoniciones del teatro boliviano. Fue, sin duda, un invento acertadísimo, de esos que cambian el curso de la cultura de una sociedad, una especie de bombilla eléctrica.

Lo que me parece extraño, o mejor dicho me conmueve por su íntima contradicción, es que un hombre cuya debilidad no ha sido precisamente el ego, la persona menos histriónica que conozco, haya volcado tanta energía en la creación de un mecanismo que aplaude la representación en tiempo real de una ficción, o sea: el público, premeditado, ensayado y colectivo oficio de la mentira artística (¿me dejo entender? …ojalá). Lo que quiero decir quizás es que el Pro sea todo menos un actor, y sin embargo su profundo cariño por La Posibilidad, la posibilidad de que todo sea de una diferente manera, de que las cosas, las más brutales, se expliquen también desde la poesía, le permite el desap-ego y la canalización de la creatividad en un evento que es para otros.

Qué bueno que esta vez el turno de los aplausos le corresponda a él. Qué bueno que la UPSA le esté entregando este 27 de octubre un merecido reconocimiento como fundador del “Bicu Bicu”. Qué bueno. ¡Genial!

Por mi parte, busco entusiasmada un buen vino para brindar con él, como lo hemos hecho cada vez que un libro ha salido de imprenta, en esa nueva y fascinante etapa en la que él me inició: la edición de libros, el increíble trabajo en equipo (yo, ¿posmoderna individualista?) que es la edición de un book, algo que no lleva tu firma, pero que sin embargo, de una manera inesperada y generosa, también es tuyo.

Copio, para festejar, la primera y última estrofas del poema “Bicu Bicu”, de su autoría:

Trapecista de galaxias
péndulo de la eternidad
¿Quién detuvo tu vuelo
entre el suelo y el cielo?

Te fuiste poco a poco
bicubicu loco chico
en hilo al filo en vilo
acrobacia gracia desgracia
maroma de marioneta
mortal pirueta de olvido
vaivén saltimbanqui
títere filitriqui
y te dejé ir
¡tiquiminiqui!
arlequín de sueños

Wednesday, October 21, 2009

Últimos atardeceres en la Tierra


En los días de calor, en la casa de mi abuela, patio de ladrillos desiguales, con las patas subidas en lo alto de la hamaca, leía historietas de Robin Wood. Una saga que me maravillaba era la de Mark, el último sobreviviente de la hecatombe nuclear en un paisaje tristemente futurista plagado de mutantes. Los mutantes no eran felices y su misión colonizadora estaba basada en el “contagio” (por sangre), y si una pequeña parte del cuerpo era tomada por esa decadencia de la carne, la total y horrible transformación estaba garantizada.

Sin embargo, el mejor amigo de Mark, Hawk, era “semimutante”: el brazo negro no permitía que yo, la lectora, le entregara toda mi confianza, siempre estaba esperando una traición. Los mutantes acechaban en las montañas y las batallas eran un reguero de sangre contaminada. Pero Hawk era fiel y su lado humano siempre podía más.

Proyecto en mi pantalla mental algunas viñetas que permanecen con todo su color en mi imaginario (el google siempre ayuda, claro) y las pongo en contacto con la apasionante lectura de La carretera, de Cormac McCarthy, mismo autor de No Country for Old Men.

La devoré hace un par de semanas –en otro patio, en otra hamaca- y el electroshock de imágenes de una posible postcivilización todavía me perturba. Un padre y su hijo, de los pocos supervivientes de una catástrofe climática no necesariamente detallada en la narración, se dirigen hacia el Sur de Estados Unidos, donde quizás haya una salida.

La travesía, siguiendo un mapa de carreteras interestatales de un mundo fantasma, incluye la permanente amenaza de grupos de caníbales, cristalización perfecta de esa metáfora antes filosófica “el hombre es el lobo del hombre”. Pero la hambruna (admonición no del todo pedagógica con la que obligo a Irene a comer ensaladas) no consigue dominar los espíritus de estos dos entrañables personajes.

El amor y el instinto se agudizan, y el padre decide conservar la última bala de una pistola azarosa con la que el hijo, de darse el caso, deberá “salvarse”.

Agarró la mano del chico y le encajó la pistola. Coge esto, susurró. Cógela. El chico estaba aterrorizado. Le pasó un brazo por la cintura y lo abrazó. Su cuerpo tan flaco. No te asustes, dijo. Si te encuentran vas a tener que hacerlo. ¿Entiendes? Chsss… Nada de llorar. ¿Me oyes? Ya sabes cómo hacerlo. Te la metes en la boca y apuntas hacia arriba. Rápido y con decisión. ¿Lo has entendido?”
(…)
“Permanecieron tumbados a la escucha. ¿Eres capaz de hacerlo? Cuando llegue el momento no habrá momento que valga. El momento es ahora. Maldice a Dios y muere. ¿Y si la pistola no dispara? Tiene que disparar. ¿Y si no dispara? ¿Podrías aplastar ese cráneo amado con una piedra? ¿Existe dentro de ti un ser semejante del cual tú no sabes nada? ¿Es posible? Estréchalo entre sus brazos. Así. El ama es ágil. Atráelo hacia ti. Dale un beso. Rápido”.

Debería quedarme callada. Debería no intentar imaginarme ese desconocido himno apocalíptico que el chico esboza con los tonos de una flauta hecha de un tubo de cañería.

Pero de pronto, yo que he atravesado todas las crisis de edades: la de los nueve, la de los quince, la de los veinte, la de los treinta y ahora la de este largo preámbulo…, agradezco haber vivido mi primera juventud antes del año 2000, pues todavía pude sentir el último pulso de la ingenuidad, cuando era posible creer en el más Kitsch de los apocalipsis. Desde ese lugar leo esta novela. Es esta sensibilidad de “chica de los noventa” la que me obliga a ponerme de pie ante el himno amoroso que atraviesa la lluvia de cenizas, la nieve y todos los fósiles humanos que vamos dejando en el camino. Ahora que los apocalipsis están hechos de violencia callejera barata y la hambruna parece un dato exótico de UNICEF. Grande McCarthy.

Sunday, October 18, 2009

Interferencias



Mercurio debe estar retrógrado, dando pasitos a lo Michael Jackson sobre mi escenario astral, pues lo cierto es que este fin de semana he experimentado dos momentos de malos entendidos, dos momentos en que alguien parece alejarse, en que yo me alejo, quebrando las cosas como una furiosa recién casada que arremete contra su flamante vajilla.

El primero es mediático y tiene que ver con dos respuestas que di en una entrevista sobre lectura, consumo, éxito y otras variables editoriales no siempre simultáneas. Aludiendo a la información laboral que poseo, dije que entre los autores cruceños más “vendedores” figuran: Wolfango Montes, Homero Carvalho y Oscar Barbery, escritores de gran trayectoria y con lectores de probada fidelidad; además de un reciente fenómeno de ventas, el joven escritor Darwin Pinto (debí haber mencionado también a Senseve). En la misma entrevista se me preguntó sobre qué elementos eran determinantes para que un libro tuviera éxito y entonces dije que habría que definirse primero la idea de “éxito”, no siempre las ventas lo determinaban, había cantidad de obras que debían someterse al paso del tiempo, pero que sin embargo constituían un éxito literario por su capacidad renovadora, su aporte a la literatura. En la nota, estas dos respuestas parecen parte de un mismo argumento, de una formulación contradictoria y, por lo tanto, de la negación del primer enunciado, algo así como: “estos autores son vendedores, pero…”.

Emití ambas respuestas, sí, pero por separado y a diferentes preguntas. Nunca quise poner mezquinamente en entredicho el valor literario de las obras más vendidas. En todo caso, mi definición de éxito no excluye para nada a esos tres autores mencionados. Pero bueno, son gajes del oficio y algo siempre se aprende.

El segundo malentendido es, más que un ruido en la comunicación, un ataque de pánico, un acto de sobrevivencia. ¿Les hablé de mi dilema? Bueno, esto tiene algo que ver.

Ya tengo la respuesta.

Sin embargo, las dudas están ahí, como interferencias discontinuas en una longitud de onda que por largo rato es nítida y brillante.

Y el problema es que no sé si la voz de Dios, por ejemplo, que para mí sería la voz del destino, se manifiesta violenta e inequívoca o sucia y con interferencias. Decapitada.

Dije: “Entonces no voy”. Imaginen el karma de esa palabra: “entonces”. ¿Un chantaje? ¿Una circunstancia? ¿Una provocación? Un haiku, digamos.

Me siento algo así como Björk, en “Bailando en la oscuridad”, dándome ánimos en la ceguera con la estridencia de mi propia voz

para (no) escuchar el vacío.

Tuesday, October 13, 2009

Fracturas



Algunas cosas se quebraron hoy, pero procesaré esa info más adelante. Mientras tanto, con el hombro adolorido de ayudar a Alejandro a sostener su propio peso, estrenando el yeso adolescente, donde, a pesar del dolor y el pie astillado, guardará algo que extrañamente será uno de sus mejores recuerdos: firmas de chicas, firmas de amigos, grafitis a mil años luz de mi adultez, decido que no puedo acostarme sin postear este texto de Emma. Un texto lúcido con un conmovedor fondo de angustia, la necesaria y potente angustia... Acá va:

Bienvenidas, las exploraciones posibles

Por Emma Villazón

Es raro, pero luego del café-literario del pasado jueves en el Centro Franco Alemán con Giovanna Rivero, Saúl Montaño, Maximiliano Barrientos y la crítica literaria Claudia Bowles, bullen en mi cabeza varias preocupaciones, como si los escritores hubiésemos dejado suspendidas en el aire varias preguntas y comentarios confusos. Es extraño, repito, porque con frecuencia termino insatisfecha de estos coloquios y trato de olvidarlos lo más pronto posible, pero esta vez necesito continuar el diálogo. ¿Alguien me escuchará?

Podrían surgir varios comentarios en torno a los temas lanzados por nuestra moderadora, pues todos estaban relacionados con la tarea de escribir, con las sorpresas y miedos que surgen a medida que se escribe y se va siendo semiconsciente de esa extraña cosa que uno está haciendo: trazando representaciones personales del mundo, rastreando, oliendo los sentidos que hay para hacerlos estallar con un alfabeto de 24 grafías. Años atrás, esta pesquisa se me manifestaba como pulsaciones de algo innombrable, y me perseguía a través de los autores que me apasionaban. Si pudiera dibujar cómo aparecía esa búsqueda, era como un bicho, una voz recurrente, un ruido que estaba diciendo algo deforme, luego tomó mayor intensidad ese caos, y se volvió algo de lo que sentí debía hacerme cargo, y pasé a preguntarme: ¿Qué es lo que de pronto me está interesando? ¿De qué estoy tratando en estos poemas? Hago este preámbulo porque en el periodo de Fábulas, lo único que podía decir del poemario era que se trataba de una conciencia que no podía vivir conciliada con el amor ni con el paso del tiempo. Ahora siento haber avanzado algo, reconozco que el libro está encarnado por una voz de mujer y que sus decires son casi piruetas en el terreno de un extrañamiento doméstico. También podría añadir que a medida que escribo siento que el lugar desde donde parto es la ignorancia sobre todo y nada, lo cual me asusta, no me da seguridad, pero prefiero sentirlo así antes que tomar la realidad o esta lluvia de signos como algo dado, normal. Quizás sea el miedo que me conducirá a una cierta alegría. Una pista para seguirme: “Tan lejos, tan cerca”, de Wim Wenders. Otra: “Aprendizaje o el Libro de los placeres”, de C. Lispector.

Pero el tema del coloquio que quedó enredado, es otro. Presiento que incomodó que se hablara de una escritura femenina, que se pasara la pregunta a los narradores hombres, que se haya saturado el diálogo con intervenciones que iban en varias direcciones pero que estaban perdidas, y no hacían digerible el tema. Las preguntas chispeantes del coloquio, fueron: ¿existe una literatura femenina? ¿Qué es lo femenino? Estas interrogantes me atrevo ahora a murmurar: No me interesan la categoría fosilizante de “escritura femenina” como algo inamovible ¿existirá la misma escritura femenina en África que en Bolivia?, me decía una amiga, ayer. Y la respuesta era la más obvia, claro que no. Porque no es que exista una y sea universal o nacional, así como lo femenino, quizás lo único que importa cuando hablamos de esa escritura, es que haya un enfoque sobre la representación de la mujer, y punto. Lo demás puede tomar una infinitud de matices. Digo esto, porque me aburriría una literatura que tomara como un enlatado el discurso feminista de los 70 como bandera, o una que proclamara la liberación sexual y doméstica, y una disparatada equidad entre hombre y mujer, o esas que van por otro lado y expresan una extrema delicadeza y cursilería predecible para señalar “lo femenino”. Creo que el reto de la escritora que acepta explorar la ficción que llamamos “mujer”, es mayúsculo (insisto en aquélla que decide hacerlo, que le interesa tomárselo conscientemente), porque deberá romper con esos clichés de “lo femenino”, tendrá que concebir que el concepto mujer es una construcción histórica, sino no estará jugándose del todo, y embarcarse en eso significa volver a nacer o redescubrir el mundo.

Y ojo, que no estoy proponiendo un discurso de reivindicación femenina, sino la mera exploración ¿Por qué hacerle muecas a esa búsqueda? Si me preguntaran de qué lado de escrituras feminizantes estoy más cerca, mencionaría a Clarice Lispector, Emily Dickinson, Ana Cristina César, Sylvia Plath, Silvia Guerra, y a muchas otras más…, es decir, a esas escritoras que agujerean lo dado, y revelan a la mujer como un misterio, un paréntesis sobrecogedor, así como el hombre también lo es.
Recuerdo: “Esposa ―seré al romper el Día―/Amanecer ―¿tienes una bandera para mí?” (de Dickinson)

Si hago retrospectiva, mi inclinación en mis lecturas por eso que llamamos mujer es tan antiguo e inconsciente. Podría mencionar a autores hombres y mujeres, pero lo que me interesan en el fondo son las subjetividades de mujeres manifiestas ahí.

Y es que no deja de ser significativo que las escritoras seamos más conscientes que los escritores hombres de la cuestión de género que traspasa en nuestros textos y en los de los otros. Esto hay que subrayarlo, y no con el afán de subestimar a los escritores hombres, sino a la ideología que cuando se visibiliza, despeina, asusta, pone en jaque. Pues, quizás se deba a que las escritoras necesitan hacer hablar a personajes que les parecen cercanos y no escriturados. Mientras que para un autor varón el tema de género no amerita reflexión porque su voz y su acto de escritura han sido más potentes a lo largo de la historia de la literatura, y rara vez éste ha sentido que pese sobre él una diferencia, como artista e intelectual.

Mi aproximación a esta vorágine es reciente, pero desde ya me atrae irme por estos pantanos, es una opción honesta, antigua y, ahora consciente, que me absorbe, y me convoca a tan hermoso extrañamiento, así como cuando me pregunto por la maternidad de los caballitos de mar.

Sunday, October 11, 2009

¿Literatura femenina?


¿Es la mujer una ficción?, preguntó Claudia. Supe que acabábamos de entrar en terrenos pantanosos, y más allá de que esta metáfora sea un clisé total, la idea que tengo de alguien, una escritora, zambulléndose en el pantano, no es nada charmosa: lodo, moho, algas, bichos impensables y todo tipo de excreciones y resinas de batracios pegándose a la piel, aplastando tu glamoroso pelo, succionándote hacia un fondo desconocido donde quizás, oh milagro, también haya flores… Flores carnívoras.

Sí, la mujer es una ficción, como todo lo que se recrea o narra en un cuento, en una novela, en un poema (sí, era necesario que Emma lo enfatizara: la poesía también es ficción). Una premisa tan simple, sin embargo, presenta problemas porque arrastra una batería de preguntas más quisquillosas aun, a las que les hemos venido haciendo ascos como a un test de VIH: ¿está marcada alguna literatura por una voz de mujer? ¿Existe eso? ¿Es necesario que exista una voz declarada, explícitamente, como “femenina”? ¿Y para qué sirve? ¿Qué demonios aporta a la maquinaria de la ficción, a la evolución del demiurgo? ¿No es acaso esa preocupación una impostura académica?, ¿algo extraliterario que distrae al verdadero escritor? ¿No basta, por favor, por favor, con concentrarnos en la infalible dicotomía “buena” y “mala” literatura?

“Puntos cardinales”, el Café Literario que organizó el Centro Cultural Franco Alemán, fue el súper cute escenario de esta conversación animada por la crítica boliviana Claudia Bowles. Participábamos Emma Villazón, Maximiliano Barrientos, Saúl Montaño y yo. Hubo buen vino, gente interesante, velas y la imprescindible ansiedad oprimiendo el estómago porque estás a punto de traducir(te) un oficio que la mayor parte del tiempo es solitario, privado y hasta masturbatorio.

Como se dice en la jerga proselitista: el coloquio se “empantanó” en la pregunta sobre literatura femenina porque, como tan honestamente lo expresaron Barrientos y Montaño, no se habían detenido a pensar en el asunto, no les interesaba demasiado, y, por último, lo único que importaba era la buena o mala literatura, consolidar la primera, vomitar la segunda.

El problema es que a Emma y a mí nos interesa. ¿Cómo hacer, entonces, para dialogar desde dos frecuencias distintas? Expusimos, entonces, en un ejercicio de metahermenéutica, porqué nos interesa intentar una aproximación a ese tema, porqué, aunque las respuestas sean tan escurridizas, es preciso seguir conversando sobre el asunto. La literatura, laboratorio por excelencia de ecuaciones existenciales, no puede rehuir de sus propios issues, esos que también constituyen una ética, una sustancia, y que afectan una propuesta estética. Así como en algunas narrativas la música es un correlato esencial, y en otras, el relato político es el gran motor, considero que los imaginarios femeninos, la educación sentimental de las mujeres, incluso su genitalidad, pueden constituir la columna vertebral de obras arriesgadísimas y rompedoras con las que los escritores varones pueden dialogar para extremar sus propias búsquedas.

Más tarde, en mi cama, pensé en todo lo que pierdo al insistir en el tópico. A punto de rendirme bajo el peso de Morfeo, de su respiración narcótica, me di cuenta de lo poco que me importa perder coolness.

Si lo que estorba es una cierta tendencia a volver a los determinismos tipo los negros escriben sobre la negritud, las mujeres sobre sí mismas, ¿los varones? Sobre el individuo y el estado?, quizás valga la pena aclarar que negar con el silencio o las muecas de asco las posibilidades de esta zona (y sus registros, voces) de creación es una actitud todavía más determinista: si no lo digo, no existe. ¿Supondrá que verbalizarlos en un discurso es reconocerlos? ¿O que lo hace a uno un escritor menos “serio”, una escritora no tan “superada”? Si es así, entonces, ¿será tan fácil poner en la agenda de las preocupaciones literarias el tema de la escritura femenina?

No hubo tiempo de conversar, además, de cómo los circuitos de la difusión literaria se tornan arterias obstruidas cuando se trata de visibilizar literatura femenina que se postula como tal. Como sea, lo más bonito de la noche fue el momento de las lecturas de nuestros textos, porque, eso sí, finalmente es en la materia de la escritura donde apostamos todo sin garantías.

Sunday, October 4, 2009

Latidos


Desplegando o copiando el link de abajo se puede acceder a cuatro breves textos-muestra de la producción de los escritores invitados al Café Literario del Goethe Institut (uf, qué larga me salió la oración, pero es que escribir algo así como "leer link" me parece autoritario y poco persuasivo... y como estoy invitada...).

(Aunque, muy en lo íntimo, piense que realmente) HAY QUE leer esos textos, no porque sean buenos, rompedores o imprescindibles o algunos de esos adjetivos de jerga marketero-literaria, sino para acompañarnos en la construcción de ese proyecto (personalísimo) de intuiciones, éticas y fantasías que es "la obra".

Sí, hay que leerse, como hacen los argentinos, con una pasión que, aun siendo narcisista, nunca es autocomplaciente. Hay que leerse para ver-sentir-olfatear el magma que seguramente subyace, como la borra del café, en los imaginarios de la literatura súper contemporánea.

A mi cuento no lo diagramaron con sangrías, pero lo que importa es que igual sangre. Que sangre por algún costado.

http://www.afbolivia.org/spip.php?page=evenement&id_article=742&lang=es

Wednesday, September 30, 2009

Cita en el Goethe-Institut



El próximo jueves, 8 de octubre, a las 7:30 p.m., conversaremos sobre la lit. contemporánea que se escribe en Santa Cruz. Modera Claudia Bowles.

¿Cuáles son los puntos de contacto entre las narrativas y estéticas? ¿Qué leemos? ¿Con qué frustraciones (literarias) lidiamos y qué hacemos con ellas? ¿Pensamos en un lector "ideal"? Tópicos que no garantizamos responder, pero a los que es necesario aproximarse, porque no hay peor veneno para el escritor que hacer del autismo su desesperada coraza.

Sunday, September 27, 2009

Genética


Este fin de semana ha estado cien puntos, sin que necesariamente desaparezcan los momentos de vacío, la desazón. Quiero decir que casi soy una experta en el surfing emocional y sé que, una vez superado ese momento de oscuridad, veré, aunque sea por media tarde, el resplandor de una imagen cotidiana en la que mis hijos y yo y los que eventualmente nos rodean estamos bien.

Por supuesto, el mérito no es del todo mío. Ayer leí La carretera, un libro sobre el que no postearé hoy por esa especie de código literario que me he impuesto y entre cuyas cláusulas figuran: a) prolongar el disfrute mental-intelectual-espiritual de las historias en las que encuentro un refugio; por tanto, no escribir inmediatamente sobre ellas, b) regular con la distancia temporal mis juicios literarios, ponerlos a prueba.

De modo que esperaré unos días para comentar sobre la puerta que para mí se insinúa en la lectura de esta novela.

Por otra parte, anoche vi “Gente corriente”, una peli ochentera en la que unos jovencísimo Donad Sutherland, Timothy Hutton y Mary Tyler Moore conforman una familia que intenta sobrevivir a la muerte de uno de sus integrantes. De algún modo, la cinta es también un homenaje al amor de padre, a las formas tiernas en las que los hombres pueden ejercer sus afectos. Después de apagar pantallas, por algún motivo recordé una conversación telefónica con una amiga y compañera de la maestría en UF, Belkis. Hablábamos sobre esa “otra vida” que ya nunca más tendremos, esa que se clausura en el momento en que te nacen los hijos.

“Entonces tus decisiones se vuelven prácticas y chau romanticismo”.

“No”, dijo Belkis con su acento caribeño que el inglés del sur no podrá jamás domar, “ahora lo romántico es tener hijos”.

Más que un aforismo o un juego-espejo de palabras, la frase revela precisamente la inversión de esos intangibles que marcan generaciones. Los que ahora somos adultos en plena adultez constituimos, quizás, los últimos padres “porque sí”, los últimos irresponsables. Como sucedió con el primer feminismo (o tal vez esto sea un largo coletazo), las decisiones sobre ser madre o no ahora pasan por otros filtros. Ya no se trata de “cuándo ser madre”, se trata de que probablemente esa circunstancia existencial esté sencillamente fuera de planes y no contemplarla parece no perturbar a nadie. El deseo de que la individualidad no se interrumpa con nada es una apuesta que, sin embargo, debe profundizarse desde varias trincheras.

Cuando postee sobre la novela de Cormac McCarhty voy a completar mis ideas. Mientras tanto, ya es lunes y los bucles del tiempo se enroscan de nuevo.

Tuesday, September 22, 2009

Las vírgenes suicidas


A diferencia de “la gran rubia”, de Dorothy Parker, “las vírgenes suicidas” no son, en efecto, suicidas fallidas, quizás porque no han conseguido rozar ese sentimiento sinne qua non se produce el portazo final: la melancolía. Las hermanas Lisbon, lejos de ser melancólicas, son criaturas narcisistas, pequeños monstruos femeninos que lo mismo experimentan intensas hemorragias menstruales que cometen excesos con el agua oxigenada. No es extraño entonces que, si deciden embarcarse en la aventura escandalosa de un suicidio, avancen como flechas hacia ese destino.

Sus vidas adolescentes generan fascinación entre los compañeros de la escuela y los chicos del barrio, quienes quedarán marcados para siempre por esa extraña manera de ejercer la femineidad, puesto que las hermanas Lisbon no necesitan novios para ratificar su atractivo o espantar las naturales ansiedades de la edad. Son obsesas, sí, más sus fiebres van por otra parte y se diría que su creador, Jeffrey Eugenides, ha acentuado ese autismo, no para establecer distancias ni para “objetualizar” una vez más, a través de la ficción, a la mujer, sino para acordar, precisamente, que la mujer es un misterio.

Escribo esto influida por una frase que Emma me ha escrito en un e-mail. “La mujer es un misterio”. Huye de los “ismos”. Y estoy de acuerdo: de algún modo, insistir en la reflexión sobre la escritura de mujeres (aunque prefiero el término “con registro femenino”) no deja de ser una toma de posición y, en ese sentido, una ideología.

Pero nadie es nadie sin ideologías.

Por eso agradecí, poniendo algo de orden a mis caóticas repisas, haberme encontrado con esta novela de Eugenides en la que, incluso usando una voz narrativa masculina en primera persona que habla por un “nosotros”, se percibe una abierta y arriesgada aproximación al “mundo de las mujeres”, un acercamiento que se esfuerza por comprender. Inmensa tarea esa, comprender.

No sé hasta qué punto la idea de mujer llega o no a completarse o a postular una cierta “completud” en Las vírgenes suicidas (las adolescentes se lanzan de las ventanas, se cortan las venas y recurren a métodos letales por demás creativos antes de cumplir 17), pero sí creo que el veneno femenino permanece en la atmósfera mucho después de que has cerrado el libro… como un enigma.

Así lo atestigua Peter Sissen cuando, rastreando desde el submundo de las cloacas, consigue acceder al baño tan fantaseado de las Lisbon:

“El muchacho hizo un inventario de desodorantes, perfumes y esponjas ásperas para eliminar pieles muertas, pero lo que más nos sorprendió fue que no descubriera ninguna ducha en toda la casa, porque nos figurábamos que las chicas se duchaban todas las noches, con la misma regularidad con que alguien se lava los dientes. Con todo, nos recuperamos en seguida de nuestra decepción cuando Sissen nos habló de un descubrimiento que había hecho y que superaba con creces nuestras más locas fantasías. En la papelera había encontrado un Tampax manchado con los jugos interiores todavía frescos de alguna de las hermanas Lisbon”.

Thursday, September 17, 2009

Hija de Saturno


En realidad, hoy es mi cumple. El querido Terra y la compañera Jefta me felicitaron hace ya varios días porque leyeron apurados un mensaje mío en el que les hablaba de la importancia de la primavera; confundieron “mes” con “día” (siempre hay que leer la letra chica) y escribieron correos preciosos en los que los signos de admiración son verdaderas joyas. Me dio cosa decirles que todavía me quedaba una semana de tener 36, de modo que me guardé sus caricias, sus bienaventuranzas, su íntima comprensión de lo que significa pertenecer a una generación que comienza a envejecer.

Aparte de esa buena onda, el primer regalo que recibí es un poema que Emma descubrió en alguna parte, le pertenece a Paula Oyarzábal.

Loca estaría si dejara este bosque al que he llegado,
suelto en su naturaleza expandiéndose, sin haber comprendido
lo reversible de las cosas. Me iría y borracha de ese vino
volvería a los jardines donde las patas abiertas de mi madre
soltaron este huevo al alcance de lo que había, y lo que había era
la borrasca de los vientos. Si recordara dónde está Funkdango
migraría para recibir sobrevivientes y haría de ellos mariposas inmortales.


El segundo regalo me lo envió Pepo Paz directamente desde Madrid, es virtual y se lo desempaqueta aquí:

http://www.revistadeletras.net/ninas-y-detectives-de-giovanna-rivero/

El tercero fue un “te amo” profundísimo de Irene y un “voy a intentar no ir a reforzamiento” de Alejandro.

El cuarto, una llamada telefónica de mi amigo Wolfango Montes, directamente desde Pelotas, Brasil. Desea que algún día yo tenga mucho dinero. “Es necesario, es vital el dinero”.

El quinto, una llamada apurada, diurna, de A. Desea que yo sea feliz.

Y lo demás un desgranarse de deseos hermosos, perversos, sucios, cómplices, amistosos, entrañables, cordiales, por cumplir, de oficina, de facebook, de agenda electrónica, de organigrama, de pactos antiguos, de marcas dolorosas, cicatriciales, deseos nostálgicos, deseos imposibles, deseos a punto de… Porque regalar deseos (y en ocasiones su cumplimiento) es comprometerse con el destino.

Yo, por supuesto, hace tiempo que estoy comprometida a muerte con mi destino.

Monday, September 14, 2009

Traidora


Traduttore, traditore. Estoy a punto de traicionarme, o de ser fiel por sobre todas las cosas a esa primigenia pulsión de escritura. Lo cierto es que anoche terminé de “corregir” Las Camaleonas y el tinku con esa etapa de mi narrativa me ha sentado bien.

Este ha sido el año -para decirlo en la onda de Jonathan Franzen- de las correcciones. Me la he pasado revisitando textos ya publicados con pasión febril pero sin arrepentimientos, como si intentara comprender mi propia hermenéutica, o como si hubiera algo por comprender. No puedo apostarlo, pues siempre me muevo en territorios escépticos, pero creo que el placer del ejercicio de la corrección se intensifica cuando estoy totalmente desnuda, es decir, sin ego, o en control de él (en ese sentido, mi relación con el blog no deja de ser irónica). Entonces descubro la absoluta potencia del texto y vuelvo a entregarme.

“Eso no es válido”, “eso no es justo”, “no es honesto”, me han escrito algunos amigos cuando les he comentado que estoy corrigiendo. “Eso es persecutorio”, “enfermo”, “contra la espontaneidad”, “contra la creación”, dicen los más radicales, los que prefieren ir desapegándose de lo ya publicado para avanzar. Son pocos los que creen que la corrección es, con más riesgo incluso que el primer golpe del teclado sobre la hoja en blanco, el acto supremo de invención. No tengo un diccionario etimológico a mano, pero deduzco que si el texto literario es una “convención” de algo, de una trama, de unos personajes, de una x atmósfera, de una x tensión antagónica, la “in-vención” implica la subversión de ese orden, la búsqueda extrema en las entrañas del enigma, y, en ese sentido, al intervenir lo ya expuesto a la luz se rompe el esquema, no sin violencia, no sin la soberbia anárquica de la demiurga.

Ahora, siempre es posible que esta tarea autoimpuesta exceda el mero perfeccionismo (propio de mi signo) y responda más bien a una necesidad narcisista, cero diferencia con el arrobamiento que Rico Mc Pato siente cada vez que baja al sótano a acariciar sus lingotes de oro. Bastante obcecados los dos, rumiando la misma piedra, es decir, el mismo lingote. Con la salvedad, quizás, de que escribir duele.

Si he vuelto a postear sobre el tema es porque recibí un maravilloso correo de Verónica Saunero, en el que no me reclama una fidelidad automática (y casi mercadológica) al texto impreso y marcado por un sello editorial, sino que me conduce a la reflexión sobre la tendencia a relativizar el valor de la memoria, y la obra publicada como uno de sus registros. Además, si “esa de ahí no soy yo”, ¿quién es ahora la que escribe? Corregir, visto de este modo, sería ejecutar la vocación de transformación que todo escritor/a profesa, a veces tanteando la oscuridad, a veces con obsesiva lucidez.

Traduzco, pues, mis transformaciones, las de carne y las más profundas, las incorregibles. Intervengo en lo ya leído para tantear hasta dónde es posible la ficción.

“El texto es mío”, he respondido con un gesto infantil a mis amigos, pero la voz escéptica pregunta insistente: ¿En serio es tuyo? ¿Totalmente tuyo?

Tuesday, September 8, 2009

Pudor


No voy a reseñar la preciosa novela de Santiago Roncagliolo, se trata de mi ejercicio de reescritura, del sentimiento que eso me produce.

Han pasado varios años ya desde que publiqué mi novelita de aprendizaje, Las Camaleonas, y ahora, cuando nos aprontamos a su tercera reedición, decido mirarla.

No son, sin embargo, los errores gramaticales, los problemas de sintaxis, la ingenuidad de los adjetivos, los que me agolpan sangre en la cara, sino más bien ese barroco histérico que en ese momento no pude ni quise controlar. En esos años creía a pie juntillas en la máxima literaria de Marguerite Duras, que decía algo así como “en una primera novela hay que ponerlo todo”.

Y lo puse.

Por supuesto, como toda desnudez, ha tenido un alto precio (sólo que a mí, a diferencia de Lindsay Lohan, nadie me ofreció un millón de dólares, yo solita puse mi carne en el escenario).

Pagado el precio, superada la adolescencia literaria –o eso creo−, es necesario reescribir, comprobar si la hebra de Ariadna correspondió alguna vez a algún tejido. El sábado, precisamente, tomando unas beers en un bar atestado de hombres mirando fútbol, Emma y yo conversábamos sobre la necesidad y el derecho de seguir trabajando textos ya publicados. Creer que ese espacio está clausurado, en mi opinión, no implica necesariamente respeto por la letra impresa y seriada, sino la pretensión de una ficción acabada.

No estamos muertas, podemos reescribir lo publicado, deformarlo, tachar, volver a excedernos… “No hay un único texto válido”, está de acuerdo Emma.

Si el autor ha muerto, mejor aun; esto nos permite retornar al texto y descubrir sus claves narrativas, ya sin que el ego intervenga, obstaculizando esa exploración. Porque la muerte de la autora no tiene por qué significar su pasividad casi póstuma ante una obra que está en plena construcción; al contrario, acallar el pudor y volver a los accidentes de la primera creación constituye la victoria de la textualidad.

Lo que siento al reescribir es una mezcla indefinida de placer, control y potencia quántica… para ponerme metafísica…

Friday, September 4, 2009

Dilema



Algunos tienen más talento que otros para hacer trapecismo sobre alambres de púas. Yo no. Enfrentarme a un dilema me desgasta terriblemente. Yo no podría, por ejemplo, si tuviera que ser un objeto, ser el espejo de la madrastra de Blanca Nieves (hubiera preferido ser la letal manzana en el cestito de frutas). Pues si la madrastra era, efectivamente, una femme fatale y Blanca una irresistible lolita, yo me las hubiera visto negras eligiendo entre ambas mujeres. Hubiera preferido astillarme en el piso antes que decidir por tal o cual.

Esto, diría una amiga que sabe, es la base de la histeria.

Pero no, no es elegir lo que me angustia (creo ser muy decidida cuando finalmente apuesto por algo); lo que me mata es descubrir que entre dos circunstancias hay equivalencias demasiado recíprocas y que una de ellas significa la anulación total de la otra. En el fondo, la pregunta de la madrastra, “¿quién es la más bella?”, no implica la anulación de la otra estética, sino sólo una jerarquización. Pero cuando las realidades son, como digo, recíprocas, mas no simultáneas o consoladoramente desiguales, me quiero morir.

El punto es que no sé si nos vamos o nos quedamos.

Alejandro dice que nos vamos.

Irene dice que nos quedemos.

Yo no sé…

Si nos vamos, no nos quedamos.

Si nos quedamos, ya no nos vamos.

Este tipo de textos mentales es el que he estado escribiendo en los últimos días. Soy una perra que persigue su cola y no sé cómo romper el círculo. Quizás volviendo a aquella inconsciencia que Gabriel siempre me reclama: volvé a ser la impulsiva irracional que eras. Volvé. No sé, no sé…

Me sirve la rubia suicida para sosegar estas baratas disquisiciones:

“Lo que ansío recuperar es lo que fui
Antes de que la cama, antes de que el cuchillo,
Antes de que el alfiler del broche y el ungüento
Me fijaran así, en este paréntesis;
Caballos fluyendo al viento,
Un lugar, un tiempo,
Fuera de la mente”.

Monday, August 31, 2009

In a bad mood


I´m in a bad mood. Escucho algo de Regina Spektor para superar esta bilis negra. Pero me rindo. A veces hay que rendirse, dejar que los tentáculos del sinsentido trituren esa última lucha en contra de la angustia. Abrazar la angustia.

Por supuesto, como buena vampira, las cosas mejorarán al ponerse el sol. La noche siempre trae algo de alivio.

Tengo motivos válidos para estar así, y abusando un poco de la intimidad algo cínica que permite el blog, mencionaré los más livianos.

1. Kika, la gata, murió envenenada. Estaba preñada y este dato me jode. Es una bofetada al instinto de supervivencia, un breve mensaje de la fragilidad.

2. El aire acondicionado me ha dado en la espalda todo el día. Una nimiedad que, sin embargo, me conduce al horrible pensamiento de que esta versión orgánica de los seres humanos prefiere mil veces desconectarse de la naturaleza, establecer un clima artificial para creer que la darwiniana supremacía del hombre sobre cualquier escala genética todavía está vigente. La gripe A, en ese sentido, puede ser sólo una sonrisa misericordiosa. Bla, bla, bla…

3. Al regresar de visitar a mis padres en Montero, me topé con que la empleada se había marchado llevándose el equipo de sonido de Alejandro, los sustanciosos ahorros de Irene, mi sostén favorito y mi set de manicure (ella es peluquera pero la crisis la obligó a buscar otro rubro). Un robo exquisito. “Salió barato”, me consuela mi hermano. Y es cierto, pero esa porción de confianza que se les quita a los chicos es irrecuperable. Tardaron en dormir, heridos por cosas que sospechan ya no pertenecen exclusivamente al “mundo exterior”.

No hay “mundo exterior”.

Sin embargo, en medio de todo, curiosamente el hecho me acerca a ese hermoso sentimiento de orfandad que seguramente sintió Tardewski, personaje de Ricardo Piglia (Respiración artificial) inspirado en Witold Wrombowicz (filósofo de sangre noble a quien un grupo de jóvenes literatos de la provincia de Entre Ríos tradujo del polaco al español, ellos sin saber polaco, Grombowicz tuti en español). Un día del año 1940, Tardewski llega a su cuarto de pensión y descubre que le han robado todo: la valija, un abrigo y los seis tomos de la primera edición de Kafka. Esa mañana, en un diario local, una entusiasta joven ha publicado la traducción del ensayo de Tardewski que vincula el nazismo con el núcleo kafkiano: el fracaso, la profunda desolación. Porque, ¿acaso lo patético no tiene la misma etimología del “pathos”: la pasión, la enfermedad?

Tardewski no puede leer su propio ensayo porque no conoce la lengua. Y así, sin plata, sin abrigo y sin idioma propio, el filósofo polaco encuentra en el despojo una tentadora aproximación a lo trascendental.

Ya sé que lo mío es, como dije, una nimiedad, pero qué se le va a hacer; esto es lo que la urbana contemporaneidad ofrece como inolvidable experiencia del dolor.

Friday, August 28, 2009

Thursday, August 27, 2009

Hansel y Gretel


Hace algunos años, ¿ocho?, quizás un poco más, pues Irene todavía chupaba teta y nuestro ritual nocturno comenzaba a las diez de la noche, yo con la mano izquierda sosteniendo la cabecita sudorosa y trabajadora, con la derecha alternando entre un libro y un poro de mate dulce, ella con los puñitos egoístas en la sienes, devorábamos libros raros. Me gustaba leer en voz alta, y no precisamente cuentos para chicos, sino más bien, cuentos para grandes.

Cuentos de horror.

O, mejor dicho, cuentos terribles.

Una historia que recordaré siempre con nitidez y fascinación es la nouvelle del escritor francés Claude Louis-Combet, Hiere, zarza negra. La había comprado instintivamente y con ese mismo espíritu la leía.

Claude Louis-Combet narra la vida, o una parte de ella, del poeta austriaco George Trakl, nacido en 1887, bajo el signo de acuario, y muerto por propia decisión el 3 de noviembre de 1914.

El relato comienza con una escena poderosa y hermosamente traumática: un niño mira de cerca el pubis infantil de su hermana. Esta imagen será el corazón de su existencia y de sus búsquedas erráticas. Se convertirá en farmacéutico, profesión que sólo lo acercará aun más a la muerte, ya que, desde su trabajo en "El ángel blanco", farmacia donde se expendía legalmente distintos alucinógenos, su dependencia de la cocaína lo reclutará en el laberinto de una psiquis maravillosa y atormentada, una psiquis que cautivó a monstruos como Wittgenstein y Rainer María Rilke.

Su hermana Gretl, la del pubis angelical, se casa pronto pero se divorcia más rápido, se provoca un aborto y, de alguna manera, se resigna a esa especie de maldición que es el incesto. Trakl parte a la batalla de Grodek en 1914 (Primera Guerra Mundial) y regresa devastado. Se suicida ese mismo año. Gretl se suicida tres años después.

Claude Louis-Combet se aproxima a esta tragedia de la vida real con delicadeza, respeto y pasión, quizás porque ―como él mismo ha mencionado―, enamorado de su madre, su propia existencia, la de Louis-Combet, ha estado marcada por la culpa. Es la culpa, quizás más que el amor, su gran motor creativo.

Un poco después, 2003 probablemente, vi la producción mexicana Aro Tolbukhin, en la mente de un asesino, de Félix Piñuela. Una imagen tremendamente poética de esa cinta conecta la infancia de Tolbukhin con la de George Trakl. Como Trakl, Tolbukhin tenía una hermana, su gemela Selma, con quien cometía incesto en los huecos de los viejos árboles. En su fiesta de quince años, la chispa de una vela convierte el vestido de tul de Selma en una zarza ardiente. En la pantalla, el fuego y el sonido dulcísimo de unos cascabeles húngaros y una adolescente despeñándose por las escaleras.

Le leía estos cuentos terribles y maravillosos a mi hija y de vez en cuando ella abría los ojos negrísimos y nos reconocíamos.

Sunday, August 23, 2009

Servidumbre


Esto es el infierno, dijo Claudia. Atravesábamos la sala de juegos electrónicos, donde el enorme zumbido de una gigantesca abeja asesina -volvamos a la saga de bichos biónicos que se puso de moda en los ochenta- nos elevaba el stress a niveles atómicos. Zafamos pronto. La manía que tenemos de entrar a las cosas por sus costados, tanto en lo simbólico como en lo real, no siempre es la mejor. Deberíamos ser frontales, le dije, mientras comprábamos las entradas, mezcladas entre adolescentes hermosos. ¿Más frontales?, sonrió Clau.

Ya cuando apagan la luz y comienza el otro mundo, todos los sufrimientos sociofóbicos se justifican. La vida comienza de nuevo en la pantalla. Hoy, alguien va a contarte algo y vos sólo tenés que abrir bien los ojos.

Vimos Gigante, de Adrián Biniez.

Un tipo sólido como un costal de papas trabaja controlando al personal de un supermercado a través de una central de pantallas. Voyeur sin voluntad al comienzo, obsesivo desbordado al final, el hiperbólico bicho es, además de melómano rockero, profundamente melancólico. Imposible no simpatizar con sus torpezas y su soledad de tipo gordo.

De poco diálogo, esta producción uruguaya pinta a sus personajes a través de sus acciones mínimas, de la rutina super tediosa de la vida del obrero cuyo ritmo biológico obedece al pitido de una sirena fabril. No sé si funciona la hipótesis de que la cinematografía uruguaya y gran parte de esa literatura tienen tradición en el relato del trabajador nocturno, ése que ve el otro lado del glamour urbano, ése que ejecuta el lado más oscuro de la producción en serie. Pues bien, esta peli se inscribe en esa tradición. Aquí se percibe el regusto por contar la intimidad descolorida, pero de pronto imprevisible, de los sujetos que de tan anónimos son todos clisés. Una población de clisés, como un pueblo concebido por un Stephen King en baja resolución.

Este coloso, que bien podría trabajar de sumo en cualquier ring japonés, se enamora de una chica del personal de limpieza a la que ve siempre desde el mismo ángulo. La cámara foucaltiana registra idénticas acciones: tomar objetos (yogur, leche, tornillos, audífonos), ordenarlos, limpiar el piso, en ocasiones robar; un ritual que no consigue del todo despersonalizar a la chica observada precisamente porque, detrás de todos esos lentes, persiste aún una mirada. Si te miran, estás salvada. Por supuesto, entre el gigante y la chica hay un montón de mediaciones y soledades. No cuento el final porque mala leche no soy.

Insisto, y quizás estén de acuerdo conmigo, en la idea de que Uruguay tiene tiempo en la exploración de una veta literaria marcada por la confluencia personaje obrero-soledad urbana. Por ejemplo, el tema del sindicalismo, de las poblaciones viejas, del impacto de los modelos políticos en la clase media baja son de alta frecuencia. En especial, me llama la atención el énfasis en el trabajador nocturno, una bifurcación bizarra del detective, un investigador accidental. En ese sentido, esta movie dialoga mucho con la narrativa del escritor uruguayo Henry Trujillo que, tanto en El Vigilante, Torquator (llevada al cine bajo el título “La persecución”) como en Ojos de caballo, muestra a la sociedad que vive de noche, esa especie (des)compuesta por vampiros posmodernos alimentándose de las sustancias residuales de un mundo que de día brilla en el consumo de un objeto revestido de discurso y de noche, desnudo ya ese objeto, revela a sus verdaderos siervos.

Debe ser por eso que los destellos cegadores de los pisos de supermercados siempre me han llenado de angustia. Pues, como dice "la nana" (peli de la que quizás postee algo después), "el hecho de que se vean limpios no significa que estén limpios".

Tuesday, August 18, 2009

Rastro Beatnik


Llovía persistente. Si estabas triste esa lluvia te hería. Pero no era mi caso. Quería caminar por El Rastro y comprar camisetas coloridas a un euro. Estábamos ahí juntos, Juan Terranova, Andrea Jeftanovic, Patricio Pron, Antonio Morato y Giselle Etcheverry, la novia de Pron, dispuestos a descubrir secretos.

Por un momento, debido a las bajadas y subidas de aquellos callejones barrocos, tuve un déjà vu y aluciné que estábamos en La Paz, en la Sagárnaga, y que mis amigos, de pronto entrañables, tenían la facultad también entrañable de despojarse de la mirada de turista ―esa mirada boba que escanea las cosas, sin un ápice de curiosidad, más por un automatismo de visitante en exótico safari que por una honesta actitud de pregunta. Mis amigos, en cambio, se apoderaban de la tierra que pisaban como un piel roja del árbol que decide encarnar.

“Hay que viajar con el ajayu”, me dijo una vez un amigo que entiende de esos otros niveles. Yo sumé esa máxima a una recomendación de mi abuela: “Hay que llamarse tres veces para que el alma no se quede en ningún lugar”. Mi alma, mientras tanto, deambulaba chocha y sin cencerro por entre la onda morisca de ese shopping del vulgo.

En los colgadores de ropa de segunda mano, Juan descubrió una polera con un Syd Barret jardinero. Syd Barret cultivando margaritas.

Andrea compró un maletín con cierre invisible en la base, como los que usaban los espías para transportar objetos prohibidos, documentos, libros únicos.

Mi descubrimiento fue tímido. Pero la joya comenzó a brillar a medida que la deshojaba. Era un librito viejo, de bolsillo, empastado en verde retoño. Una antología bilingüe ―texto original a la izquierda, traducción a la derecha―de los poetas de la “Beat Generation”. 15 euros. ¡Quince euros, joder! Las miradas de mis amigos codificaban claramente la siguiente sentencia: “sos tonta del culo si no te llevás la joya”.

Imaginé en tres segundos las posibilidades de volver a toparme con el librito en Santa Cruz y vi que la aguja en mi tablero mental bajaba en picada. Estaban Allen Ginsberg, Kerouac, Gregory Corso, Philip Lamantia, Lawrence Felinghetti. Genialidad e intensidad en dos idiomas. 15 euros era un puto chiste.

Todavía nos mojamos más camino a la estación Tirso de Molina, pero yo iba feliz con el librito en el pecho, a la altura de mi corazón.

Luz que irradia otras lecturas. Julio Barriga es un beat boliviano. Julio Barriga escribe hermosos salmos. No sería extraño que, por un descuido o una licencia poética de Cronos, Julio Barriga figurara en el librito.

Quiero decir que ese librito es como un genoma. Pero necesito pensar más y mejor. Y después escribir.

Cada vez que abro el librito no me llamo, no me digo “giovanna, giovanna, giovanna”, como recomendaba mi abuela, pues en realidad quisiera que mi ajayu sea digna de habitar esos parques oscuros de Ginsberg, de quedarse for ever and ever ahí.

Considerando que esto es un post y que debo irme ya, los dejo con este miniextracto de Credo y técnica de la prosa moderna, que Jack Kerouac escribió durante la primavera gringa de 1959.

• Procura estar poseído por una ingenua santidad de espíritu.
• No te emborraches fuera de casa.
• Lo que sientas encontrará por sí solo su estilo.
• Dedica más tiempo a la poesía, pero sólo a lo que es en esencia.
• Cree en las santas apariencias de la vida.
• Traduce constantemente la historia real del mundo a monólogo interior.
• Sé como Proust, un fanático del tiempo.
• Escribe para que todo el mundo sepa cómo piensas.
• Escribe para ti mismo, recogido, asombrado.
• Dirígete desde el centro a la orilla, nada en el mar del lenguaje.
• Acoge todo signo, ábrete, escucha.
• Acepta perderlo todo.

Eso, acepta perderlo todo. Cambio y fuera. Chau.

Saturday, August 15, 2009

Sábado


Los fines de semana me dan pánico. Esa suspensión del cotidiano cuando las redes de amigos y familia muestran su consistencia o su ausencia, su fragilidad, y tu condición de sujeto, tu unidad existencial, se superdimensiona, como si acabaras de entrar al castillo del terror lleno de espejos deformantes.

Comprendo a Vila-Matas en esa especie de obsesión por los hijos sin hijos. Los hijos que insisten y persisten en la cómoda jerarquía del “protegido”, el que todavía come de la olla grande, el que succiona la sangre patrilineal para vivir su vida de eterno adolescente, el que reniega del tácito compromiso genético con una raza que promete pocas cosas. Lo comprendo, digo, pues es durante los fines de semana cuando compruebo que mi estatus de hija tambalea. Estoy justo en ese pico en que el amor-odio del hijo púber y el hartazgo generacional de los padres maduros me ubican en un desierto donde, de vez en cuando, puedo distinguir a la hija sin hijos que fui yo. Un espejismo.

Pienso en Niño, el personaje alter ego de Vila-Matas. Niño tiene sesenta años y necesita dinero. El padre, de ochenta y cinco, debe conseguirlo. ¿Paródico? No; real, humano, quizás involutivo, pero de todas maneras conmovedor. “Crece, Niño”, suplica el octogenario, inútilmente. Puedo apostar que Vila-Matas duerme en posición fetal. Yo duermo con los brazos sobre la cabeza y la pierna derecha flexionada. Quizás fui bailarina en mi anterior vida. Otro espejismo.

De acuerdo, hay algo patético en este post. Pero no puedo evitar pensar, cuando veo un adulto algo depresivo, perdiendo pelo o engordando de las caderas, que hubo un tiempo en que uno era uno, te debías a vos mismo, las contradicciones entre tus discursos y tus acciones las juzgaban tus amigos, no esa “nueva generación” que, sin embargo, lleva las células más íntimas de tus jóvenes ovarios. Ese, esa, a quien a pesar de todo amas y a través del cual te extiendes, egoísta y generosa, por sobre/entre/a través de la infinita longitunalidad de los tiempos.

(Foto: hija con hija)

Thursday, August 13, 2009

Lecturas primarias


Anoche terminamos la primera fase del taller de escritura. Tuve que tomarme un par de copas de un delicioso vino fucsia auspiciado por Marthita para animarme a leer lo mío. El texto está todavía muy cercano y si piso zonas sensibles puede estallarme una mina unipersonal en la cara. Jessica se llevó el pequeño manuscrito y le agradezco habérmelo pedido, es un modo de abrazar la intimidad de otra.

Hablamos de influencias, de resistencias, de rechazos.

En casa, me puse a pensar en clave de rizoma. ¿Cuál es la voz que me susurra cuando escribo? Siempre he dicho que, quizás de manera involuntaria, la biblioteca de velador de mi abuelo (libros apilados junto a un vaso de agua en el que flotaban sus dientes como un maravilloso submarino) definió en gran parte mi estética. Gran coleccionista de Playboy, abuelito podía también alternar la prohibida lectura de la siesta con novelas de pistoleros en edición de bolsillo o con El Tony, D’Artagnan o Magnum. Sin embargo, si no me hago la cool, si soy honesta, debería decir que recuerdo con total nitidez la mañana en que, a los nueve años, debí quedarme en casa porque acababa de manifestarse una nefritis que me jodería el resto del año escolar.

Abuelito me pasó Heidi, de una tal Johanna Spiry y, de algún modo, me escapé de la cama, de la hamaca, de mi cuarto, superé el encierro. Viajé.

Ese año leí como loca. Abuelito tuvo que celebrar muchos casamientos en su Registro Civil para poder financiarme los canjes en la revistería.

Debe haber una Heidi en mí, una chica valiente y temblorosa, pues todavía pienso en ella y en su forzada mudanza a la ciudad, en su capacidad para cultivar amistades profundas (algo que la modernidad ha puesto en crisis), me conmueve el chasco que se lleva cuando descubre que los “panecillos” suizos son ahora piedras en el bolsillo del abrigo. (Un asco, pero hace poco encontré fosilizado y mohoso, si eso es posible, un pedazo de pan con mantequilla que recuerdo haberme llevado de merienda en mi mochila el 7 de septiembre del año pasado).

El punto es que quizás mi educación sentimental-literaria es más cursi de lo que me atrevo a aceptar. O quizás no. Quizás sea simplemente accidentada, caótica, algo enferma.

El punto es que antes, antes, antes de El último tango en París forrado con papel madera y una etiqueta que decía “Religión y Ética”, antes de Nippur de Lagash y La última canalla, estuvo Heidi, la pequeña aventurera de los Alpes.

Pensé bastante en ella anoche, en las chapas coloradas de las mejillas, como si fuera una chica de El Alto, en la afectividad tan descarnada con la que enfrentaba el mundo, en su infancia absoluta, y pensé que (también) las primeras primerísimas primarias lecturas ―esas que titubean, cuando se aprende a leer y todo es nuevo y la oscuridad es la gran pantalla― forman parte de la educación sentimental de un escritor.

Heidi no es dark, es luminosa, incluso cuando se esconde en el ropero y desde allí observa el mezquino mundo de los adultos. Como a Clara, la inválida, Heidi me acompañó en la larga convalescencia.

Sunday, August 9, 2009

Sorojchi


Estoy en la feria del libro. El primer día sentí que tenía una bomba de tiempo en el casco de la mente, el sorojchi no daba tregua. Ayer estuve mejor y caminé cuesta arriba, con el corazón en la boca, literalmente, por la Sagárnaga, buscaba a alguien que me leyera mi destino en la coca, alguien que me dijera que toda la locura llega siempre a final feliz. (Prometo compartir la conversación coca-trance en otro post).

En la noche me puse a mirar stands y a "platicar" con algunos amigos. Estábamos con Gonzalo Lema conversando sobre el alma de los detectives cuando el apagón extendió sus tentáculos por todo el barrio. ¡Sì!!! ¡Se fue la luz durante media hora! ¿En qué stand, junto a qué libros te gustaría estar en este preciso momento?, le pregunté a Gonzalo, asumiendo que en todo buen lector se esconde un ladrón de circunstancias. La gente de La Hoguera nos acercó un par de vinitos y Lema me contó cosas que no sé si me contaría con la luz encendida. (Prometo jamás relatar eso. No soy presa fácil de la infidencia).

Quienes teníamos un panel en horario nocturno perdimos gente. La Feria tuvo que abrir sus puertas de emergencia para que el público saliera sin riesgo de desbande y cosas peores. Fue así como el panel de escritoras se quedó con los sobrevivientes, que me parece igual una bella metáfora del enorme trabajo que despliega la escritora y sus textos para poder participar de las maquinarias culturales en este y en cualquier país. Basta darle una ojeadita superficial a los periódicos y reseñas para saber en quiénes se pone el énfasis y de qué fantasmas están hechos los silencios y las omisiones (juro que escribiré algo al respecto).

Al cerrar el panel se me acercó uno de los sobrevivientes. Tenía un brillo especial en los ojos, no sé si de emoción -quizás pertenece a los pocos que me aman- o de ira: yo había dicho que me gustaba desfasar la realidad pura y dura con un gesto sobrenatural, todo en pos de la belleza. La mimesis realista absoluta me provoca profundos bostezos. El sobreviviente dijo que la belleza venía del día a día, de su contraste con la fealdad. Yo estuve de acuerdo. El sobreviviente dijo que cómo podía haber belleza en las cosas monstruosas, lo fantástico estaba lleno de aberraciones; decir que había belleza allí era casi un snobismo, un efectismo. Yo pensé en el "entusiasmo" del que habla Platón para referirse a la belleza como un llamado, una provocación para ser alguien distinto a uno mismo; una persona, espectro, figura, halo, capaz de enajenarte. Pensé, pero no pude articular una oración, de modo que dije algo subjetivo y nihilista: "lo monstruoso es la belleza castigada por su ambición de alcanzar extremos".

Esta noche tengo un panel sobre autoerotismo o amor imposible. Algunos amigos me dijeron, levemente escandalizados, ¿por qué aceptaste hablar de erotismo otra vez? Un par de respuestas: a)¿Por qué no? b)Es necesario, por otra parte, revisar la retórica del erotismo en un mundo donde el contacto físico pasa cada vez más por distintos filtros. Lo viral es sólo un aspecto. El skype es otro.

La Paz está soleada y hermosa, róger, y pueden suceder cosas buenas.

Tuesday, August 4, 2009

Trama-Trauma




Cuando desaparece el amor, aparece, en todo su esplendor, la persona. Quizás suene un poco patético lo que acabo de decir, quizás ya era hora de que me vaya dando cuenta. Hoy tuve esa visión mientras orinaba, meditabunda, contando los azulejos de la ducha. Mi reflejo cuadriculado no me pareció, sin embargo, patético, sino real, verdadero, desnudo.

No sé cuándo la idea del amor romántico comenzó a desvanecerse. Y no es que yo haya dejado de querer a nadie –por si hay gente que sale herida al leer el blog-, sino que he estado pensando –y aquí no encuentro otra definición para aproximarme a mis huidizos pensamientos sin sobresaltarlos como a conejos- de un modo esotérico. Pues bien, heme aquí, o allí, hace rato, en el inodoro, descubriendo que una vez más es necesario el desapego de lo que suponía eran mis deseos. Si los deseos estuvieron suplantándome durante varios años, por unos instantes, quién sabe con qué mañas cerebrales capaces de fundir el dorado sonido de la orina con el placer del vacío existencial, fui yo. Por unos instantes fui yo sin necesidad de amor.

Este delirio no es del todo accidental, aclaro. Es que estuve leyendo Trauma, una novela del británico Patrick Mc Grath (Londres 1950), que ubica su trama en la Nueva York apocalíptica de las “postorres”. No he terminado la novela por falta de tiempo y porque quiero degustarla, alternarla con cuentos breves que me den la sensación de relato de cuna para conciliar sueño. Trauma está a mil años de hacerme conciliar el sueño, Trauma hurga, precisamente, en lo doloroso que es el proceso de convertirse en persona.

También por esas extrañas sinapsis literario-neuronales, pensé en El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez, y en cómo cada proceso histórico ha ofrecido su propia red de dificultades, a veces más desafiantes que otras, para alcanzar la promesa de completud del amor de pareja. (La fiebre porcina tejerá lo suyo). En Trauma, el asunto del terrorismo involucra una desintegración tan profunda de la psiquis que es un trabajo de titanes volver a confiar, a sentir que es posible ser dos. Ser uno y ser dos, como un geminiano con buen karma.

Pero estoy lejos de ser el psiquiatra que protagoniza la novela de Mc Grath; me quedo, más bien, con la mención a un gusto compartido por ambos: a él y a mí nos parece que las novelas góticas del nuevo mapa urbano insisten con más fuerza en eso que Shelley fundó en su desesperado Frankenstein: el monstruo solitario.