Wednesday, September 30, 2009

Cita en el Goethe-Institut



El próximo jueves, 8 de octubre, a las 7:30 p.m., conversaremos sobre la lit. contemporánea que se escribe en Santa Cruz. Modera Claudia Bowles.

¿Cuáles son los puntos de contacto entre las narrativas y estéticas? ¿Qué leemos? ¿Con qué frustraciones (literarias) lidiamos y qué hacemos con ellas? ¿Pensamos en un lector "ideal"? Tópicos que no garantizamos responder, pero a los que es necesario aproximarse, porque no hay peor veneno para el escritor que hacer del autismo su desesperada coraza.

Sunday, September 27, 2009

Genética


Este fin de semana ha estado cien puntos, sin que necesariamente desaparezcan los momentos de vacío, la desazón. Quiero decir que casi soy una experta en el surfing emocional y sé que, una vez superado ese momento de oscuridad, veré, aunque sea por media tarde, el resplandor de una imagen cotidiana en la que mis hijos y yo y los que eventualmente nos rodean estamos bien.

Por supuesto, el mérito no es del todo mío. Ayer leí La carretera, un libro sobre el que no postearé hoy por esa especie de código literario que me he impuesto y entre cuyas cláusulas figuran: a) prolongar el disfrute mental-intelectual-espiritual de las historias en las que encuentro un refugio; por tanto, no escribir inmediatamente sobre ellas, b) regular con la distancia temporal mis juicios literarios, ponerlos a prueba.

De modo que esperaré unos días para comentar sobre la puerta que para mí se insinúa en la lectura de esta novela.

Por otra parte, anoche vi “Gente corriente”, una peli ochentera en la que unos jovencísimo Donad Sutherland, Timothy Hutton y Mary Tyler Moore conforman una familia que intenta sobrevivir a la muerte de uno de sus integrantes. De algún modo, la cinta es también un homenaje al amor de padre, a las formas tiernas en las que los hombres pueden ejercer sus afectos. Después de apagar pantallas, por algún motivo recordé una conversación telefónica con una amiga y compañera de la maestría en UF, Belkis. Hablábamos sobre esa “otra vida” que ya nunca más tendremos, esa que se clausura en el momento en que te nacen los hijos.

“Entonces tus decisiones se vuelven prácticas y chau romanticismo”.

“No”, dijo Belkis con su acento caribeño que el inglés del sur no podrá jamás domar, “ahora lo romántico es tener hijos”.

Más que un aforismo o un juego-espejo de palabras, la frase revela precisamente la inversión de esos intangibles que marcan generaciones. Los que ahora somos adultos en plena adultez constituimos, quizás, los últimos padres “porque sí”, los últimos irresponsables. Como sucedió con el primer feminismo (o tal vez esto sea un largo coletazo), las decisiones sobre ser madre o no ahora pasan por otros filtros. Ya no se trata de “cuándo ser madre”, se trata de que probablemente esa circunstancia existencial esté sencillamente fuera de planes y no contemplarla parece no perturbar a nadie. El deseo de que la individualidad no se interrumpa con nada es una apuesta que, sin embargo, debe profundizarse desde varias trincheras.

Cuando postee sobre la novela de Cormac McCarhty voy a completar mis ideas. Mientras tanto, ya es lunes y los bucles del tiempo se enroscan de nuevo.

Tuesday, September 22, 2009

Las vírgenes suicidas


A diferencia de “la gran rubia”, de Dorothy Parker, “las vírgenes suicidas” no son, en efecto, suicidas fallidas, quizás porque no han conseguido rozar ese sentimiento sinne qua non se produce el portazo final: la melancolía. Las hermanas Lisbon, lejos de ser melancólicas, son criaturas narcisistas, pequeños monstruos femeninos que lo mismo experimentan intensas hemorragias menstruales que cometen excesos con el agua oxigenada. No es extraño entonces que, si deciden embarcarse en la aventura escandalosa de un suicidio, avancen como flechas hacia ese destino.

Sus vidas adolescentes generan fascinación entre los compañeros de la escuela y los chicos del barrio, quienes quedarán marcados para siempre por esa extraña manera de ejercer la femineidad, puesto que las hermanas Lisbon no necesitan novios para ratificar su atractivo o espantar las naturales ansiedades de la edad. Son obsesas, sí, más sus fiebres van por otra parte y se diría que su creador, Jeffrey Eugenides, ha acentuado ese autismo, no para establecer distancias ni para “objetualizar” una vez más, a través de la ficción, a la mujer, sino para acordar, precisamente, que la mujer es un misterio.

Escribo esto influida por una frase que Emma me ha escrito en un e-mail. “La mujer es un misterio”. Huye de los “ismos”. Y estoy de acuerdo: de algún modo, insistir en la reflexión sobre la escritura de mujeres (aunque prefiero el término “con registro femenino”) no deja de ser una toma de posición y, en ese sentido, una ideología.

Pero nadie es nadie sin ideologías.

Por eso agradecí, poniendo algo de orden a mis caóticas repisas, haberme encontrado con esta novela de Eugenides en la que, incluso usando una voz narrativa masculina en primera persona que habla por un “nosotros”, se percibe una abierta y arriesgada aproximación al “mundo de las mujeres”, un acercamiento que se esfuerza por comprender. Inmensa tarea esa, comprender.

No sé hasta qué punto la idea de mujer llega o no a completarse o a postular una cierta “completud” en Las vírgenes suicidas (las adolescentes se lanzan de las ventanas, se cortan las venas y recurren a métodos letales por demás creativos antes de cumplir 17), pero sí creo que el veneno femenino permanece en la atmósfera mucho después de que has cerrado el libro… como un enigma.

Así lo atestigua Peter Sissen cuando, rastreando desde el submundo de las cloacas, consigue acceder al baño tan fantaseado de las Lisbon:

“El muchacho hizo un inventario de desodorantes, perfumes y esponjas ásperas para eliminar pieles muertas, pero lo que más nos sorprendió fue que no descubriera ninguna ducha en toda la casa, porque nos figurábamos que las chicas se duchaban todas las noches, con la misma regularidad con que alguien se lava los dientes. Con todo, nos recuperamos en seguida de nuestra decepción cuando Sissen nos habló de un descubrimiento que había hecho y que superaba con creces nuestras más locas fantasías. En la papelera había encontrado un Tampax manchado con los jugos interiores todavía frescos de alguna de las hermanas Lisbon”.

Thursday, September 17, 2009

Hija de Saturno


En realidad, hoy es mi cumple. El querido Terra y la compañera Jefta me felicitaron hace ya varios días porque leyeron apurados un mensaje mío en el que les hablaba de la importancia de la primavera; confundieron “mes” con “día” (siempre hay que leer la letra chica) y escribieron correos preciosos en los que los signos de admiración son verdaderas joyas. Me dio cosa decirles que todavía me quedaba una semana de tener 36, de modo que me guardé sus caricias, sus bienaventuranzas, su íntima comprensión de lo que significa pertenecer a una generación que comienza a envejecer.

Aparte de esa buena onda, el primer regalo que recibí es un poema que Emma descubrió en alguna parte, le pertenece a Paula Oyarzábal.

Loca estaría si dejara este bosque al que he llegado,
suelto en su naturaleza expandiéndose, sin haber comprendido
lo reversible de las cosas. Me iría y borracha de ese vino
volvería a los jardines donde las patas abiertas de mi madre
soltaron este huevo al alcance de lo que había, y lo que había era
la borrasca de los vientos. Si recordara dónde está Funkdango
migraría para recibir sobrevivientes y haría de ellos mariposas inmortales.


El segundo regalo me lo envió Pepo Paz directamente desde Madrid, es virtual y se lo desempaqueta aquí:

http://www.revistadeletras.net/ninas-y-detectives-de-giovanna-rivero/

El tercero fue un “te amo” profundísimo de Irene y un “voy a intentar no ir a reforzamiento” de Alejandro.

El cuarto, una llamada telefónica de mi amigo Wolfango Montes, directamente desde Pelotas, Brasil. Desea que algún día yo tenga mucho dinero. “Es necesario, es vital el dinero”.

El quinto, una llamada apurada, diurna, de A. Desea que yo sea feliz.

Y lo demás un desgranarse de deseos hermosos, perversos, sucios, cómplices, amistosos, entrañables, cordiales, por cumplir, de oficina, de facebook, de agenda electrónica, de organigrama, de pactos antiguos, de marcas dolorosas, cicatriciales, deseos nostálgicos, deseos imposibles, deseos a punto de… Porque regalar deseos (y en ocasiones su cumplimiento) es comprometerse con el destino.

Yo, por supuesto, hace tiempo que estoy comprometida a muerte con mi destino.

Monday, September 14, 2009

Traidora


Traduttore, traditore. Estoy a punto de traicionarme, o de ser fiel por sobre todas las cosas a esa primigenia pulsión de escritura. Lo cierto es que anoche terminé de “corregir” Las Camaleonas y el tinku con esa etapa de mi narrativa me ha sentado bien.

Este ha sido el año -para decirlo en la onda de Jonathan Franzen- de las correcciones. Me la he pasado revisitando textos ya publicados con pasión febril pero sin arrepentimientos, como si intentara comprender mi propia hermenéutica, o como si hubiera algo por comprender. No puedo apostarlo, pues siempre me muevo en territorios escépticos, pero creo que el placer del ejercicio de la corrección se intensifica cuando estoy totalmente desnuda, es decir, sin ego, o en control de él (en ese sentido, mi relación con el blog no deja de ser irónica). Entonces descubro la absoluta potencia del texto y vuelvo a entregarme.

“Eso no es válido”, “eso no es justo”, “no es honesto”, me han escrito algunos amigos cuando les he comentado que estoy corrigiendo. “Eso es persecutorio”, “enfermo”, “contra la espontaneidad”, “contra la creación”, dicen los más radicales, los que prefieren ir desapegándose de lo ya publicado para avanzar. Son pocos los que creen que la corrección es, con más riesgo incluso que el primer golpe del teclado sobre la hoja en blanco, el acto supremo de invención. No tengo un diccionario etimológico a mano, pero deduzco que si el texto literario es una “convención” de algo, de una trama, de unos personajes, de una x atmósfera, de una x tensión antagónica, la “in-vención” implica la subversión de ese orden, la búsqueda extrema en las entrañas del enigma, y, en ese sentido, al intervenir lo ya expuesto a la luz se rompe el esquema, no sin violencia, no sin la soberbia anárquica de la demiurga.

Ahora, siempre es posible que esta tarea autoimpuesta exceda el mero perfeccionismo (propio de mi signo) y responda más bien a una necesidad narcisista, cero diferencia con el arrobamiento que Rico Mc Pato siente cada vez que baja al sótano a acariciar sus lingotes de oro. Bastante obcecados los dos, rumiando la misma piedra, es decir, el mismo lingote. Con la salvedad, quizás, de que escribir duele.

Si he vuelto a postear sobre el tema es porque recibí un maravilloso correo de Verónica Saunero, en el que no me reclama una fidelidad automática (y casi mercadológica) al texto impreso y marcado por un sello editorial, sino que me conduce a la reflexión sobre la tendencia a relativizar el valor de la memoria, y la obra publicada como uno de sus registros. Además, si “esa de ahí no soy yo”, ¿quién es ahora la que escribe? Corregir, visto de este modo, sería ejecutar la vocación de transformación que todo escritor/a profesa, a veces tanteando la oscuridad, a veces con obsesiva lucidez.

Traduzco, pues, mis transformaciones, las de carne y las más profundas, las incorregibles. Intervengo en lo ya leído para tantear hasta dónde es posible la ficción.

“El texto es mío”, he respondido con un gesto infantil a mis amigos, pero la voz escéptica pregunta insistente: ¿En serio es tuyo? ¿Totalmente tuyo?

Tuesday, September 8, 2009

Pudor


No voy a reseñar la preciosa novela de Santiago Roncagliolo, se trata de mi ejercicio de reescritura, del sentimiento que eso me produce.

Han pasado varios años ya desde que publiqué mi novelita de aprendizaje, Las Camaleonas, y ahora, cuando nos aprontamos a su tercera reedición, decido mirarla.

No son, sin embargo, los errores gramaticales, los problemas de sintaxis, la ingenuidad de los adjetivos, los que me agolpan sangre en la cara, sino más bien ese barroco histérico que en ese momento no pude ni quise controlar. En esos años creía a pie juntillas en la máxima literaria de Marguerite Duras, que decía algo así como “en una primera novela hay que ponerlo todo”.

Y lo puse.

Por supuesto, como toda desnudez, ha tenido un alto precio (sólo que a mí, a diferencia de Lindsay Lohan, nadie me ofreció un millón de dólares, yo solita puse mi carne en el escenario).

Pagado el precio, superada la adolescencia literaria –o eso creo−, es necesario reescribir, comprobar si la hebra de Ariadna correspondió alguna vez a algún tejido. El sábado, precisamente, tomando unas beers en un bar atestado de hombres mirando fútbol, Emma y yo conversábamos sobre la necesidad y el derecho de seguir trabajando textos ya publicados. Creer que ese espacio está clausurado, en mi opinión, no implica necesariamente respeto por la letra impresa y seriada, sino la pretensión de una ficción acabada.

No estamos muertas, podemos reescribir lo publicado, deformarlo, tachar, volver a excedernos… “No hay un único texto válido”, está de acuerdo Emma.

Si el autor ha muerto, mejor aun; esto nos permite retornar al texto y descubrir sus claves narrativas, ya sin que el ego intervenga, obstaculizando esa exploración. Porque la muerte de la autora no tiene por qué significar su pasividad casi póstuma ante una obra que está en plena construcción; al contrario, acallar el pudor y volver a los accidentes de la primera creación constituye la victoria de la textualidad.

Lo que siento al reescribir es una mezcla indefinida de placer, control y potencia quántica… para ponerme metafísica…

Friday, September 4, 2009

Dilema



Algunos tienen más talento que otros para hacer trapecismo sobre alambres de púas. Yo no. Enfrentarme a un dilema me desgasta terriblemente. Yo no podría, por ejemplo, si tuviera que ser un objeto, ser el espejo de la madrastra de Blanca Nieves (hubiera preferido ser la letal manzana en el cestito de frutas). Pues si la madrastra era, efectivamente, una femme fatale y Blanca una irresistible lolita, yo me las hubiera visto negras eligiendo entre ambas mujeres. Hubiera preferido astillarme en el piso antes que decidir por tal o cual.

Esto, diría una amiga que sabe, es la base de la histeria.

Pero no, no es elegir lo que me angustia (creo ser muy decidida cuando finalmente apuesto por algo); lo que me mata es descubrir que entre dos circunstancias hay equivalencias demasiado recíprocas y que una de ellas significa la anulación total de la otra. En el fondo, la pregunta de la madrastra, “¿quién es la más bella?”, no implica la anulación de la otra estética, sino sólo una jerarquización. Pero cuando las realidades son, como digo, recíprocas, mas no simultáneas o consoladoramente desiguales, me quiero morir.

El punto es que no sé si nos vamos o nos quedamos.

Alejandro dice que nos vamos.

Irene dice que nos quedemos.

Yo no sé…

Si nos vamos, no nos quedamos.

Si nos quedamos, ya no nos vamos.

Este tipo de textos mentales es el que he estado escribiendo en los últimos días. Soy una perra que persigue su cola y no sé cómo romper el círculo. Quizás volviendo a aquella inconsciencia que Gabriel siempre me reclama: volvé a ser la impulsiva irracional que eras. Volvé. No sé, no sé…

Me sirve la rubia suicida para sosegar estas baratas disquisiciones:

“Lo que ansío recuperar es lo que fui
Antes de que la cama, antes de que el cuchillo,
Antes de que el alfiler del broche y el ungüento
Me fijaran así, en este paréntesis;
Caballos fluyendo al viento,
Un lugar, un tiempo,
Fuera de la mente”.